→ Sigue de la Página 2 — La cercana e inminente celebración de los XIX Juegos Olímpicos en México, vino a representar un poderoso símbolo tanto como para el gobierno como para los estudiantes, pero con significado diferente. Para el estudiantado, celebrar un evento deportivo y cultural de gran resonancia mundial y millonaria infraestructura en México, era una escandalosa paradoja. Ellos comprendían que mientras el gobierno trataba de dar una impresión de progreso al resto del mundo, éste había fallado al pueblo en cumplir con las necesidades más elementales de vivienda, servicios del cuidado de la salud y educación básica.
Por su lado, el gobierno deseaba aprovechar la oportunidad de ser el anfitrión de los juegos de verano para poner a México en el mapa del avance económico y la prosperidad. Por tanto, Díaz Ordaz percibió el movimiento estudiantil no sólo como una amenaza a su poder absoluto, una afrenta a su autoridad, y como un problema serio, sino también como una pésima imagen en los precisos momentos en que los ojos del mundo se posaban sobre México.
Los estudiantes, persuadidos, se concentraban en obtener una solución al conflicto, por tanto y en medio de golpes y opresión, las peticiones del Comité Nacional de Huelga se centraban en los agentes y el mecanismo de esa represión: la liberación de los presos políticos, reformas al código penal, abolición del cuerpo de granaderos, renuncia de los jefes policíacos, investigación de los abusos y los actos de brutalidad, y la liberación de las instalaciones educativas tomadas por el Ejército.
Malestar social por prioridades económicas
Al exigir esto en su pliego petitorio, los estudiantes demostraban que aún reconocían la autoridad del gobierno y que precisaban de su intervención para satisfacerlas. De hecho, el movimiento pedía esencialmente el reconocimiento de los derechos constitucionales y garantías civiles, no respetadas por el gobierno.
Las fuerzas evolutivas del movimiento estudiantil dieron lugar a un ente de lucha más fundamental y definido, la cual vino a centrarse en el malestar social generalizado por cómo se habían ordenado las prioridades económicas del pueblo y de forma distorsionada por la elite gubernamental.
Los millones gastados en una fiesta olímpica en medio de millones de hambrientos y desempleados era una terrible discrepancia entre las verdaderas y urgentes reformas sociales de los mexicanos. Y eran, para colmo del gobierno despótico de Díaz Ordaz, quien quería dar una impresión de país progresista y una falsa nación moderna y democrática, los jóvenes estudiantes quienes encabezaban la protesta.
Ante tal divergencia, el movimiento se avocó a tratar de quitar la careta de hipocresía y falsedad de democracia simulada del gobierno, y creó una cultura juvenil de protesta y descontento ante la falta de oportunidades de superación. Los estudiantes se dieron cuenta de sus limitaciones sociales para abrirse paso en una sociedad, a menos que pasaran a formar parte de la maquinaría oficial y corrupta del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que los tenía en esa situación en primer lugar. Finalmente, estos jóvenes comprobarían en su propia carne, que cuando no hay alianza con el monstruo represivo del poder, el monstruo aplasta sin clemencia.
Se consuma la masacre de estudiantes de 1968
El fracaso momentáneo de los métodos represivos del gobierno, y el inminente comienzo de los Juegos Olímpicos, le llevaron a tomar la decisión terminante: utilizar la violencia a gran escala. Su ultimátum fue perpetrar una masacre brutal en contra de la multitud indefensa y desarmada que se había reunido para un mitin pacifico en la Plaza de las Tres Culturas, en la unidad habitacional de Tlatelolco.
Ese evento bien planeado sucedió el fatídico 2 de octubre de 1968, sólo diez antes del comienzo de la olimpiada. Todas las tácticas de disuasión que no le habían funcionado al gobierno en contra de los estudiantes, la obtuvo mediante la fuerza bruta y terminante.
Esa acción masiva ejecutada por la operación conjunta del ejército y la fuerzas paramilitares, no sólo causaron la muerte de lo que se estima fueron cientos de personas y miles de heridos; también provocó que cundiera el terror entre los estudiantes y la población en general, y principalmente que el movimiento estudiantil se desarticulara mortalmente. Así, el estruendo de las armas de alto calibre acalló las voces de disensión y mató de golpe la organización de los estudiantes. La masacre de estudiantes de 1968 se había consumado.
Mes y medio después de la matanza, el CNH pidió a los estudiantes que regresaran a clases. Muchos dirigentes se encontraban presos o desaparecidos. Los nuevos líderes carecerían de la cohesión ideológica para volver a revivir el movimiento. Su pensamiento de acción giraría solamente alrededor de realizar marchas multitudinarias y manifestaciones, mismas que los sangrientos acontecimientos del 2 de octubre de 1968 habían demostrado su impotencia y su ineficacia.
Las olimpiadas se celebrarían en el marco de miles de palomas blancas revoloteando, símbolo de paz aparente y yuxtapuesto a una lucha muerta y a un luto sofocado.
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