Tlatelolco 1968. La historia es conocida ampliamente: lo que llegó a constituirse en un movimiento social de grandes y trágicas proporciones en México, se gestó a raíz de un irrelevante pleito callejero entre estudiantes de escuelas rivales.
El Movimiento Estudiantil de 1968 en la Ciudad de México comenzó de esa manera: violencia a una escala menor, y degeneró en una masacre de proporciones atroces. Hoy, a casi cuatro décadas del sanguinario 2 de octubre de 1968, los hechos que tiñeron de sangre la Plaza de las Tres Culturas permanecen aún en la conciencia social de los mexicanos como un hecho irredimible.
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En su intento por mantener el orden social y la estabilidad política, la presidencia del mandatario Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) tomó una decisión drástica que cumplió con su nefasto propósito: matar el movimiento estudiantil. Su respuesta letal en contra de una multitud de jóvenes marcaría para siempre a la sociedad mexicana con una de las más brutales acciones de represión gubernamental en contra de civiles desarmados.
El uso de fuerza excesiva por parte de los “granaderos” —cuerpo especial de policías para suprimir protestas o disturbios— tornó aquella pelea de estudiantes contra estudiantes, en un conflicto de granaderos contra estudiantes, y más tarde en una espiral de conflicto, en gobierno contra pueblo.
La brutalidad empleada por esta fuerza de choque desencadenó así las primeras protestas estudiantiles, las cuales nadie imaginó, al principio de estas, que darían lugar a un movimiento estudiantil de grandes dimensiones. De ahí en adelante, los choques entre estudiantes y fuerzas del orden vendrían a ser la característica principal en la interacción entre un movimiento social de jóvenes y un gobierno represivo resuelto a desarticularlo.
Tlatelolco 1968: granaderos contra estudiantes
El constante y creciente uso de fuerza desmedida agudizó la indignación y el enojo de los estudiantes, y les forzó a responder en la medida de sus limitados recursos. En su intento de reprimir, el gobierno se precipitó a tratar de detener los crecientes brotes de protesta estudiantil, pero su fuerza bruta causó un efecto a la inversa, aumentando con ella la intensidad de la lucha, así como la participación de más y más estudiantes que se fueron uniendo al naciente movimiento. Los encontronazos entre granaderos y soldados contra los estudiantes comenzaron así a dar como resultado los primeros jóvenes arrestados, heridos y muertos.
Como fuerza social, los estudiantes carecían del nivel de experiencia y preparación en la organización de movilizaciones de ese tipo, necesaria para encauzar y calibrar la magnitud de un movimiento que crecía con fuerza y día a día delante de ellos.
Sin embargo, el espiral ascendente de su lucha, atizada por la represión, comenzó a proporcionarles un fuerte sentido de identidad como grupo homogéneo, y contribuyó a que concibieran —en el mismo núcleo de sus protestas— una causa más sólida, más profunda y de mayores consecuencias. Pero su activismo temerario, irreverente y subversivo, en ojos del gobierno, los convertiría en un blanco inevitable de la ira gubernamental.
Si bien es cierto que el grado de represión y la agitación causadas por la violencia en su contra les ayudó a crear un frente común para responder a las tácticas del gobierno, las estrategias iniciales de resistencia de los estudiantes — secuestro y quema de autobuses, toma de instalaciones de centros de estudio, y pintas en paredes y camiones— demostraron al mismo tiempo su propia vulnerabilidad.
Los jóvenes se encaminaban a un callejón sin salida en donde les esperaba la aplastante opresión de un gobierno dispuesto a todo, incluso a matarlos. Los métodos primitivos y limitados del gremio estudiantil formaron débiles compuertas que el gobierno avasallaría eventualmente. La decisión de los estudiantes de conducir el movimiento por cauces democráticos —lo cual quedó demostrado cuando formularon un pliego petitorio— les proporcionaría impulso y fuerza, pero el gobierno sólo interpretaría su proceder como una amenaza directa. → Sigue leyendo sobre Tlatelolco 1968 Continúa en la Página 2 | Página 3
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