(Ciudad de México) — En 1978 fue la piedra Coyolxauhqui. En el año 2006, el área del Templo Mayor en el centro de la Ciudad de México ha sido conmocionada de nuevo con el maravilloso descubrimiento de un enorme y gran bloque de piedra.
El que se considera ser un altar dedicado a una temida deidad del panteón azteca, y personaje reconocible en la cultura mexicana contemporánea, fue parcialmente desenterrado, seis años después de haber comenzado el trabajo arqueológico en un predio contiguo al templo. Un nuevo monolito de aspecto asombroso ha salido a la luz en esta sección arqueológica histórica y famosa.
Sobre el concreto de muchas calles del Centro Histórico de México, los transeúntes caminan rodeados por viejos edificios que representan, no la capital azteca, sino la colonia española. Implícitamente, los peatones se dan cuenta de que algunos metros debajo, y bajo los símbolos de la Conquista, las ruinas de una ciudad antigua y devastada permanecen cubiertas por siglos de oscuridad, anonimato, y enigma.
En el más profundo secreto, los vestigios de un imperio que alguna vez dominara la mayor parte de Mesoamérica representan una ciudad subterránea, pero no olvidada. Para los mexicanos o cualquiera que camina por las estrechas calles del centro de esta poblada metrópolis, estar consciente de esta dualidad – una ciudad sobre la superficie, y una ciudad debajo – es una experiencia increíble.
En la búsqueda de un imperio enterrado, el incesante trabajo de los arqueólogos en el epicentro de lo que fue el núcleo ceremonial azteca, continúa desenterrando admiración y asombro. Debajo del centro de la Ciudad de México, las ruinas de la majestuosa Tenochtitlan, respiran en un anonimato oscuro, demandando la luz del día y el reconocimiento. La historia nunca muere; sólo aguarda el momento propicio en el tiempo. Y el tiempo para un nuevo descubrimiento ha llegado.
El preámbulo para este nuevo y trascendental descubrimiento ocurrió en el año 2000, cuando un conjunto único de ofrendas para Tláloc, dios de la lluvia y la fertilidad en la creencia azteca, fueron encontrados al pie de una escalinata del templo, en un lote en donde una importante propiedad alguna vez estuvo de pie.
Conocida como “La Casa de las Ajaracas”, el inmueble estaba situado justo enfrente del templo, y había sido construido durante el periodo de la Colonia española en el mismo lugar donde dos importantes calzadas llevaban a los aztecas a las ciudades de Tlacopan (más tarde llamada Tacuba) e Iztapalapa.
El predio de las Ajaracas fue originalmente un solar, el cual fue dividido después. La casa tuvo varios dueños, y a comienzos del Siglo XX, esta estuvo habitada por Guillermo de Heredia, un reconocido arquitecto. La propiedad fue declarada monumento histórico y remodelada entre 1931 y 1932, pero en 1985, un fuerte terremoto en la Ciudad de México la dañó tanto, que las autoridades la declararon inhabitable y fue demolida en 1993.*
Antes del excepcional descubrimiento del 2000, el gobierno de la ciudad tenía ambiciosos planes de construir un complejo de oficinas para el Jefe de Gobierno de la Ciudad en ese lote, localizado en el número 38 de la Calle República de Guatemala en el centro de la Ciudad de México.
El proyecto se canceló cuando se encontraron ahí siete ofrendas. Una de estas ofrendas, un grupo de objetos clasificado por arqueólogos como “Ofrenda 2,” resultó ser una colección única de bolsas hechas de papel amate, un tocado hecho de papel y madera, figuras de copal, una prenda en forma de chaleco, una manta (quizás sacerdotal) y otra telas, entre otros.
Seis años después, en la primavera de 2006, mientras se llevaban a cabo trabajos de remodelación en la propiedad de “La Casa de las Ajaracas”, se hicieron más descubrimientos. Esta vez, arqueólogos revelaron, entre lo más sobresaliente, dos cabezas de serpientes labradas sobre una pared. El descubrimiento fue determinado ser parte del frente de la plataforma número seis de la sección nor-poniente del Templo Mayor.
Después, en la primera semana de octubre, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH,) anunció que en el área aledaña a Las Ajaracas, los arqueólogos habían hecho el descubrimiento más importante en los últimos 28 años. Un impresionante altar mexica, único en su tipo, representando a Tláloc y a otra deidad** relacionada tal vez al rito de la agricultura, había sido encontrado después de haber removido una plataforma. En comparación con otros altares encontrados, el recién descubierto fue descrito como excepcional, en virtud de sus características: dos frisos adosados (esto es, dos elementos decorativos adyacentes el uno del otro). → Continúa en la Página 2
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