Rockdrigo: Historias de concreto – Rock urbano en México

Rodrigo González no sólo evoluciona en “Rockdrigo”, sino que comienza a perfilarse como vocero de un lenguaje urbano hasta entonces no escrito, de un dialecto social que surge en la colisión de dos décadas. Ilustración: Barriozona Magazine © 2010
Rodrigo González no sólo evoluciona en “Rockdrigo”, sino que comienza a perfilarse como vocero de un lenguaje urbano hasta entonces no escrito, de un dialecto social que surge en la colisión de dos décadas. Ilustración: Barriozona Magazine © 2010

(México) — Una muerte prematura y trágica ocurrida el momento ascendente de la carrera de Rockdrigo convirtió a este músico y compositor mexicano en una leyenda del rock urbano en México.

Gracias a esa leyenda, la obra musical de Rodrigo González, también conocido en el ambiente como Rockdrigo, ha llegado a alcanzar una fama que supera en mucho la relativa popularidad que tuvo en vida.


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Y aunque su vida terminó súbitamente bajo los escombros de un edificio derrumbado por el terremoto que sacudió la Ciudad de México en 1985, su obra sobrevivió para instituir un legado no solamente musical sino de relevancia sociocultural, y para dar surgimiento a esa leyenda que sustenta hoy su música y su manera de ver la vida.

Rodrigo González (1950-1985) siguió el mismo patrón migratorio de miles de individuos que buscan mejores oportunidades en la gran ciudad, al emigrar desde su natal Tamaulipas al Distrito Federal. Confiado quizás en su propio talento y en el potencial de su visión musical, se aventuró a probar suerte en un contexto cultural más amplio, adverso y competitivo que el de su ciudad, Tampico.

Antes de dejar el terruño del puerto y viajar a la ciudad, Rodrigo ya había intuido en los acordes rudimentarios de su guitarra y el lirismo de sus incipientes letras la fuerza latente de su genio musical. Pero a su enfoque provincial aún le esperaba el choque cultural del Distrito Federal que cual vasto mar ahoga los anhelos de miles de provincianos.

Sorprendentemente, Rodrigo González no sólo aprendería casi innatamente a navegar sobre los retos que le presentaría la ciudad, sino que valiéndose de su intuición de músico nato llegaría a absorber y asimilar la idiosincrasia de la capital, a interpretarla en su propio idioma poético y, mediante su cosmovisión, saber reconocer y evaluar la época y la cultura en que se desarrolló como compositor y músico.

A partir de esa cosmovisión instintiva, Rodrigo no sólo evoluciona en Rockdrigo, sino que comienza a perfilarse como vocero de un lenguaje urbano hasta entonces no escrito, de un dialecto social que surge en la colisión de dos décadas, los setentas y ochentas. Rodrigo se abre paso con su guitarra a través de la espesa “selva cotidiana”, y al hacerlo abre también un conducto para miles de jóvenes, ya sean provincianos o citadinos, que alienados por una ciudad apabullante que les restringe y rechaza, comienzan a despertar, a reaccionar contra pesadillas sociales como la de la matanza de estudiantes en Tlatelolco en 1968.

Con sus canciones, Rodrigo le pone voz, música y expresión a la condición marginada y reprimida de una nueva generación que aún está por definirse y manifestarse. Al hacerlo, da forma a una temática que viene a comunicar las nociones comunes de la vida de esa cohorte inconforme que busca no solamente desenvolver su identidad, sino darle cauce a su causa.

Rodrigo González se desenvuelve movido por su propia necesidad a través de una inspiración poética, pero nunca teórica. Tampoco se afana en buscar una rima exacta y vacía. Saliendo de su caparazón provinciano y mediante una metamorfosis sociocultural y citadina, originada a partir de sus vivencias, se gesta en él una mezcla de sentimiento de melancolía, de paradoja de sentirse solo en medio de una ciudad ambigua y sobrepoblada, y del deseo de pelear contra la automatización y la imposición de estereotipos. La vida en el Distrito Federal lo lleva a blandir su talento como protesta contra “la máquina” que lo ha vuelto en “una sombra borrosa”.

Su monólogo se convierte así en diálogo, después en conversación, y luego en mensaje popular. Sus canciones encienden naturalmente el fuego latente de un conglomerado “insatisfecho” que busca análogamente resolver cuestionamientos semejantes, paralelos a los que, el ahora Rockdrigo, comienza a proponer respuestas que resuenan con un tono familiar en los oídos de esa multitud que se identifica con esa temática, porque deletrea para ellos su propia posición social. Sin proponérselo, Rockdrigo toca así fibras sensibles con sus canciones que irremediablemente se convierten en himnos y lemas de batalla para una juventud en pie de lucha.

Rockdrigo ataca frontalmente el anonimato en la ciudad-monstruo dando rienda suelta a su inspiración, que fluye natural y genuina porque él mismo experimenta la sensación de “hoja seca que vaga en el viento”. Su letra y música convocan así, involuntaria pero comprensiblemente, a miles de jóvenes que se reconocen a sí mismos y se ven, como en un espejo, en las canciones de Rodrigo González, quien los representa auténticamente y con quien comparten la misma lucha para lograr un espacio contra las fuerzas sociales de la ciudad que los discrimina y los excluye.

De esta manera, la vida en la “vieja ciudad de hierro” impresionó y determinó la carrera del tampiqueño, quien paulatinamente llegaría a ser un certero exponente de la experiencia urbana en el Distrito Federal. Esto no deja de tener un sentido un tanto paradójico por tratarse de un joven provinciano que llegaría a ser reconocido como un genuino precursor del rock urbano.

Segunda Parte: Rockdrigo, Rock Urbano y Marginación Social de la Juventud en México


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