Poemas de vida y muerte – Día de los Muertos

La muerte es el tema central en un altar del Día de los Muertos, cuando se recuerda a los seres queridos que han muerto. Foto: Eric@focus on Visualhunt / CC BY-ND
La muerte es el tema central en un altar del Día de los Muertos, cuando se recuerda a los seres queridos que han muerto. Foto: Eric@focus on Visualhunt / CC BY-ND

Cinco poemas que hablan de la vida y la muerte.

Mañana puedo amanecer vivo

Florencio Salazar Adame

Mañana puedo amanecer vivo
las mujeres de la casa no vestirán de negro
no arderán ceras ni las flores
llenarán el aire con su olor a camposanto
tampoco llegarán amigos
a dar su sentido pésame
telegramas de condolencia
telefonemas de lo siento
perderá otra oportunidad de que alguien
recuerde mi enorme talento desaprovechado
al excelente amigo
lo bien intencionado
la intachable conducta
no habrá reconciliación con los que no me quieren
y tendré que aguantar el que me digan pinche
sin que reconozcan que tengo lo mío
ausentes de lástima estarán mis hijos
y nadie querrá imaginarse las piernas de la viuda
porque mañana puedo amanecer vivo
de cualquier manera tengo listos unos rones
para los que van a emborracharse a la salud del muerto
y a reseñar en un día todas mis hazañas.

No me dejes morir

Manuel Buendía Tellezgirón

No me dejes morir
con los pies desnudos
descansando en la suave hierba
que nace en la otra orilla.
No quiero morir contemplando
con mansedumbre el río.

Prefiero ahogarme en el intento
de remar hacia el principio secreto
de las aguas.
Sólo por saber
cuánto soportan mis brazos
y en que momento ya no soy capaz
de sostener los remos
que han de parecer fusiles.

Quisiera derrumbarme al doblar la esquina
rumbo a la máquina de escribir
después de haber hollado
el pavimento cálido
con mis zapatos de reportero.

No me dejes morir ahíto
de goces y de lágrimas.
prefiero la lívida
sensación de pánico
que sube del estomago y genera las palabras.

No dejes que me sorprenda el fin
meciéndome en la telaraña
de una insulsez.
Quiero más bien
escuchar el último fragor de la batalla.

No me dejes morir en el hastío
de una noche incompleta.
No me permitas mirar
la evidencia fláccida
de la última vez.

No permitas que me tenga lástima.
Aspiro al relámpago mortal
que inmoviliza al hombre
en el instante supremo del amor.

Si así muero, sabrás
que terminé feliz.
Reclama el cuerpo,
incéndialo
y riega las cenizas
en las aguas del Cozumel.

Gavota

Ramón López Velarde

Señor, Dios mío: no vayas
a querer desfigurar
mi pobre cuerpo, pasajero
más que la espuma del mar.

Ni me des enfermedad larga
en mi carne, que fue la carga
de la nave de los hechizos,
del dolor el aposento
y la genuflexión verídica
de tu trágico pavimento.

No me hieras ningún costado
no me castigues a mi cuerpo
por haber vivido endiosado
ante la Naturaleza
y frente a los vertebrales
espejos de la belleza.

Yo reconozco mi osadía
de haber vivido profesando
la moral de la simetría.

Amé los talles zalameros
y el virginal sacrificio;
amé los ojos pendencieros
y las frentes en armisticio.

No tengo miedo de morir,
porque probé de todo un poco,
y el frenesí del pensamiento
todavía no me vuelve loco.

Más con el pie en el estribo
imploro rápida agonía
en mi final hostería.

Para que me encomiende a Dios,
en la hostería, una muchacha,
con su peinado de bandós,
y que de ir por los caminos
tenga la carne de luz
de los perones cristalinos.

Y que en sus manos, inundadas
de luz, mi vida quede rota
en un tiempo de gavota.

Espero a la muerte

Melina Cavalieri

Espero a la muerte
sosegado,
sumido en la certeza
de haberlo vivido todo,
envuelto en el misterio finito
de mi vida.
Con la certidumbre absurda
de que no hay nada nuevo,
sólo cosas repetibles,
sin sustancia,
sin motivos…

Espero a la muerte
con la aridez extrema
de lo que no es
ni será nunca.
Abocado al recuerdo
de esperanzas sutiles,
sin nada ni nadie
que me aferre a la lucha,
en constante silencio,
en constante fracaso…

Espero a la muerte
calmo,
deambulando cansancios
por senderos monótonos.
Con el tedio nacido
de la misma espera,
sin perder la paciencia,
como nací,
como viví…
Aguardo solo.

La muerte del compadre Genaro

Eduardo Barraza

Con los pies por delante
llevamos a mi compadre
de la calle de su chante
por la calle principal
hasta la última calle
al camposanto del pueblo.

Ahí lo están esperando
un grupo de enterradores
y el hoyo de dos metros
que escarbaron para él.

Mi compadre se murió,
¡ay, se murió mi compadre!
No le avisó a nadie
ni lo vieron
salir de la pulcata.
La que fue su última noche,
se chupó su último pulque
como se chupó su vida.

Lo que sobra del compadre
lo venimos a enterrar.
La procesión va pasando
por la calle y la pulcata
donde tantas veces Genaro
se embriagó y se tambaleó.

Ya vamos pa’l camposanto
casi doblamos la esquina
y a mí se me está doblando
la espalda y el corazón.
Llevo cargando su caja,
su cuerpo y lo que quedó,
lo que quedó del compadre
que tanto pulque bebió.
“¡Compadre, no tome tanto!”
le decía en la pulquería.
Genaro no me escuchó
como no me escucha ahora.

“Oiga estimado compadre,
– le digo al llegar al panteón –
Genaro, aquí lo dejamos
descansando en su sepulcro,
que la paz del camposanto
le de sosiego a su sed”.

Sobre el muerto las coronas…

Se marcha la procesión
desde la última calle,
por la calle principal,
rumbo al chante en que Genaro
malvivió y se petateó.

Yo… me quedo en la pulcata
a llorar a mi compadre,
y a recordar a mi madre,
que en vida me aconsejó:
“¡Artemio, no tomes tanto,
si una mujer te dejó!”

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