Movimiento estudiantil de 1968: factores de la centralidad de la Guerra Fría en México

Un oficial de policía conduce a uno de múltiples estudiantes que fueron detenidos durante las protestas del movimiento estudiantil en México en 1968 Foto: Ernesto Valenzuela | Universidad Iberoamericana
Un oficial de policía conduce a uno de múltiples estudiantes que fueron detenidos durante las protestas del movimiento estudiantil en México en 1968 Foto: Ernesto Valenzuela | Universidad Iberoamericana

El presente ensayo titulado La Carnavalización de la Guerra Fría: México, la Revolución Mexicana y los acontecimientos de 1968 por Julia Sloan, profesora asistente de Ciencias Sociales e Historia, es la versión traducida al español del original en inglés Carnivalizing the Cold War: Mexico, the Mexican Revolution, and the Events of 1968. Barriozona Magazine publica este ensayo en cinco partes y ligeramente adaptado para este formato digital. En la parte inferior de cada una de las cinco partes se proporciona más información sobre el ensayo original en inglés y su autora, así como notas del traductor. En la tercera parte la autora resume los factores contribuyeron a la centralidad de la Guerra Fría en México durante el movimiento estudiantil de 1968.

Parte 1  •  Parte 2  •   Parte 3 •  Parte 4

•  Parte 5  •
Conclusión

Si bien los académicos proporcionan explicaciones mucho más elocuentes, el viejo cliché de que todas las políticas son locales, en última instancia, resulta ilusorio. Los mexicanos vieron los eventos de la Guerra Fría, los internalizaron y llegaron a entenderlos como relacionados con su propia historia y particularmente con su revolución. La Guerra Fría fue una ideología internacional omnipresente. La Revolución mexicana fue una ideología doméstica que lo abarcaba todo. Ambas fueron omnipresentes en la política, la economía, la sociedad y la cultura, convirtiéndose en discursos explicativos en el proceso. Ambos otorgaron legitimidad a sus adherentes y deslegitimaron a los de la oposición.

Mientras el presidente Díaz Ordaz y la juventud de México estaban enzarzados en un conflicto para determinar el significado de esa revolución y el carácter de la agenda nacional para el futuro, la Guerra Fría fue el escenario en el que libraron esta batalla. Tres factores contribuyeron a la centralidad de la Guerra Fría en México de 1968. En primer lugar, la yuxtaposición de la agresiva postura anticomunista de Estados Unidos con la comprensión más tolerante y fluida del comunismo en México hizo que identificar a los comunistas fuera una medida políticamente conveniente. En México, los políticos aprendieron rápidamente que etiquetar a un individuo o grupo como comunista seguramente despertaría sospechas e incluso desprecio hacia ellos. Por lo tanto, cuando Díaz Ordaz buscaba desacreditar al movimiento estudiantil en 1968, etiquetarlos como comunistas y plantear el espectro de una amenaza comunista a la estabilidad de México parecía una forma probable de ganar el apoyo de Estados Unidos, otros miembros de la comunidad internacional, y ciertos sectores de la población mexicana para reprimir a los estudiantes. Sin embargo, desafortunadamente para Díaz Ordaz, la etiqueta comunista no produjo los resultados deseados. Pocos en el país o en el extranjero se tomaron la amenaza lo suficientemente en serio como para actuar en consecuencia. Resultó que Díaz Ordaz tenía razón sobre el contexto global, pero se equivocaba al asumir que este contexto podría superar el texto local que rechazaba su noción de control comunista del movimiento estudiantil.

El segundo factor, “la politización e internacionalización de la vida cotidiana” de manera similar trajo la Guerra Fría de manera más prominente a la política mexicana. El filtrado de la vida nacional para expresar su significado de la Guerra Fría efectivamente carnavalizó la Guerra Fría al asignar a tantos temas un significado de Guerra Fría y así atraer a tanta gente a los debates de la Guerra Fría. La bipolaridad dio paso a una multiplicidad de voces y puntos de vista provenientes del Tercer Mundo que exigían reconocimiento. En 1968 México, la prensa jugó un papel integral en esta “politización e internacionalización” en todo el panorama político mexicano, principalmente en temas relacionados con el movimiento estudiantil. La prensa, particularmente la de izquierda, enmarcaba habitualmente la rebelión estudiantil y la política en general dentro del contexto de la Guerra Fría.

Portada de la edición 340 del suplemento del semanario mexicano Siempre!, “La cultura en México”, publicado el 21 de agosto de 1968. La publicación aborda el tema del movimiento estudiantil en México con el título “México 68 ¿Represión o Democracia?” En el verano y principios del otoño de 1968, periódicos y revistas de la Ciudad de México publicaron artículos sobre el movimiento estudiantil, en los que los periodistas difícilmente podrían escribir sobre él sin hacer referencia a la Guerra Fría. Imagen: Centro Cultural Universitario Tlatelolco, UNAM.
Portada de la edición 340 del suplemento del semanario mexicano Siempre!, “La cultura en México”, publicado el 21 de agosto de 1968. La publicación aborda el tema del movimiento estudiantil en México con el título “México 68 ¿Represión o Democracia?” En el verano y principios del otoño de 1968, periódicos y revistas de la Ciudad de México publicaron artículos sobre el movimiento estudiantil, en los que los periodistas difícilmente podrían escribir sobre él sin hacer referencia a la Guerra Fría. Imagen: Centro Cultural Universitario Tlatelolco, UNAM.

El tercer y último factor para hacer de la Guerra Fría un escenario discursivo principal para la contienda entre los estudiantes y el gobierno fue el antiamericanismo. México tenía una larga historia de antiamericanismo, cuyo contexto poco tenía que ver con la Guerra Fría anterior a la década de 1950. Así, cuando los estudiantes marcharon por las calles portando carteles del Che Guevara o coreando Ho-Ho-Ho-Chi-Minh, lo suyo no fue solo una muestra de solidaridad con los pueblos de Cuba y Vietnam, sino más bien una declaración de apoyo a la revolución, independencia y antiimperialismo. Esto tampoco representó la aceptación del comunismo soviético, cubano o del sudeste asiático, sino la aceptación del nacionalismo económico y la soberanía nacional del Tercer Mundo. Los jóvenes estaban adoptando los símbolos antiamericanos y, al hacerlo, en 1968, en el apogeo de la Guerra Fría, elevaban los problemas nacionales para convertirlos en debates internacionales de la Guerra Fría.

Estas narrativas mexicanas de la Guerra Fría incluyeron una posición sobre el comunismo que evolucionó a lo largo de la década, desde principios de la década de 1960 cuando ser etiquetado como comunista era un lastre político, hasta finales de la década de 1960, cuando fracasaron los intentos gubernamentales de etiquetar de manera similar al movimiento estudiantil. Estas narrativas también incluyeron una fuerte postura anti-estadounidense y antiimperialista, las cuales tenían sus raíces en el nacionalismo revolucionario mexicano y en la larga historia de las relaciones entre Estados Unidos y México. En cada uno de estos casos, las ideologías revolucionarias domésticas se convirtieron en los lentes a través de los cuales se filtraron los problemas y eventos de la Guerra Fría. Más importante aún, se convirtieron en escenarios en los que los nacionalistas mexicanos y los defensores de la revolución institucionalizada pudieron demostrar su valía. En 1968, este patrón estaba bien establecido. El impacto ideológico de la Guerra Fría ya se había convertido en una parte tan importante del panorama político mexicano cuando comenzó el movimiento estudiantil que ya era inseparable de los hechos mismos.

Mijaíl Bajtín nos proporciona herramientas teóricas útiles para comprender la integración de la Guerra Fría en la vida nacional en todos los niveles y con diversos grados de importancia. La expansión de la comprensión y el debate de la Guerra Fría que tal integración precipitó sirvió para carnavalizar la Guerra Fría, transformándola de mera bipolaridad en la compleja cacofonía de influencias que claramente era en 1968. Además, la heteroglosia sirve para cerrar la brecha analítica entre los funcionamientos macro y lo macroeconómico de la Guerra Fría, entre las ideologías y agendas dominantes y los acontecimientos y actitudes cotidianos. Sabemos que 1968 cambió las naciones, así como el medio internacional en el que operaban las naciones. Sabemos que el legado de 1968 es a la vez profundo y nebuloso. Esta aplicación de la teoría a los acontecimientos de 1968 en un país pretende servir como ejemplo de cómo se puede emprender una investigación que busque integrar lo nacional y lo internacional, lo ideológico y lo práctico. Las tres cuestiones en el caso mexicano (las diferentes concepciones del comunismo, la convergencia de lo cotidiano y lo local con lo significativo y lo global, y el impacto de factores de larga data anteriores a la Guerra Fría) sirven como puntos de partida para futuras investigaciones. De esta manera, se puede ir construyendo gradualmente una comprensión verdaderamente global de un año decisivo como 1968.

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—Texto traducido del inglés por Eduardo Barraza

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