Más adelante Dios dirá – Historias de migrantes – México-Estados Unidos

Nicolás, el personaje de esta historia de migrantes titulada “Más adelante Dios dirá”, puede representar a un habitante de un pequeño y tradicional pueblo de México que decide emigrar a Estados Unidos. Ilustración: Jacinto Valenzuela | Barriozona Magazine © 2022
Nicolás, el personaje de esta historia de migrantes titulada “Más adelante Dios dirá”, puede representar a un habitante de un pequeño y tradicional pueblo de México que decide emigrar a Estados Unidos. Ilustración: Jacinto Valenzuela | Barriozona Magazine © 2022

Más adelante Dios dirá

Mi nombre es Nicolás, nací en Petlalcingo, Puebla. Soy el séptimo hijo, pero en total somos doce hermanos, siete hombres y cinco mujeres. El único que vive es mi papá, que ya está muy enfermo y casi no puede caminar. Mi mamá tiene algunos años que murió. De chico ayudaba a papá en el campo junto con mis hermanos. Fui a la primaria en Petlalcingo y estuve hasta la secundaria, pero no la acabé. Me salí antes de terminar y me fui cinco años a trabajar a México, D.F., donde estuve en un rastro de puercos, pero no había buen sueldo, no había futuro, ni progreso. Nomás ganaba para vivir y así ni pensar en juntar para hacerte tu casa o comprarte ropa buena. Nada de eso.

Ahí me la pasé bien mal, por eso sólo duré siete meses y me cambié a trabajar en una ferretería, pero tampoco me gustó porque no progresaba, aún así estuve tres años. Después, mejor regresé al pueblo donde permanecí dos años ayudando a mi papá en el campo, pero tampoco sacaba casi nada de dinero, menos que somos muchos hermanos y aunque no todos están en el pueblo, pues de dónde iba a sacar mi papá para mantenernos.


TE PUEDE INTERESAR


Mi hermano Rafa fue el primero en irse a Estados Unidos, a Nueva York. Como mandaba su dinero para el pueblo, me daba cuenta que sí rendía, que estaba ganando bien. Así que vi la forma de irme para el norte. Rafa me ayudó y puso todo el dinero para que pudiera pasar la frontera. Además, llegué a su casa, me apoyó para conseguir trabajo y me echó la mano en todo. Tuve suerte porque allá estaba mi hermano, pero cuando la gente se va sola y sin conocer a nadie, realmente sufre.

En ese entonces no salía tan caro el viaje. Ahora está caro, yo creo que en dinero mexicano gastas de menos unos diez mil pesos. Porque tienes que comprar boleto de aquí a Nogales o Tijuana, la parte donde creas que vas a pasar. Ahí se busca al coyote, que te cobra otra buena lana, por eso te sale más económico que te vayas solo, pero es más riesgoso. Además, es mejor pagarle al coyote hasta que estás del otro lado, le das el dinero desde acá sólo si es conocido. Yo, por ejemplo, he pasado varias veces, pero no llevo dinero, ni le doy nada al coyote hasta que estoy en Arizona, desde ahí le mando a pedir a mi hermano dólares para el coyote, y un poquito más por cualquier imprevisto. Muchos que se han ido del pueblo han fracasado, porque se llevan todo su dinero para pagar en la frontera y algunos coyotes los engañan. Porque si das el dinero al coyote por adelantado, después puede hacerse el perdedizo y cómo lo encuentras. A muchos les ha pasado así, se quedan sin dinero en la frontera y luego tienen que trabajar en la línea para juntar, aunque sea para regresar a su pueblo, porque para pasar del otro lado, ¡ni en un año ganas el dinero!

La primera vez que crucé, de Petlalcingo viajé a México y de ahí tomé un autobús a la frontera, donde estuve un día, mientras hacía contacto con el coyote. Hecho el contacto, se intenta la pasada en la noche. Hay varias formas de pasar, pero la más barata y por la que me fui, es cruzar a pie por los lugares donde no hay mucha vigilancia ni de México ni de Estados Unidos. Por donde pasamos no se atraviesa el Río Bravo, sólo hay pequeños barrancos secos. Cada pollero es como el guía, lleva un grupo desde cinco personas (porque no les conviene llevar menos) y máximo unas quince. El tramo que se camina varía porque depende del lugar donde los polleros tienen sus puestos de operación. En mi caso no caminé mucho, como unos cinco kilómetros. Primero hay que esquivar la vigilancia americana, que está en la línea, y luego correr hasta el pueblo más cercano, donde los coyotes tienen sus contactos, personas de ese pueblito que les prestan un garaje o una casa, ahí te esconden por unas horas o una noche para que no te encuentren los policías de la migra. Los coyotes procuran pasarnos rápido y guardarnos en un cuarto o una casa, y ahí termina el trabajo de la persona que te ayuda a cruzar, luego nos reciben otros y después otros, y otros, hasta que entrega la última persona (que es la que cobra) en el lugar final (son así como cadenas de coyotes). Hay tramos que te llevan en coche en la cajuela, amontonados como guajolotes y pues sí se sufre, pero uno se aguanta con la esperanza de tener una vida mejor del otro lado.

Yo he regresado varias veces a México, pero para volver no hay problema, aunque se tienen que pagar los impuestos sobre dinero o aparatos electrónicos que se traigan al país. Las otras veces que entré a Estados Unidos ya no se me dificultó, el problema es nada más la primera vez, porque no sabe uno cómo debe conducirse, las demás veces ya se tiene experiencia de cómo hacerle en los pasos, las carreras y no cometer los errores de la primera vez.

Ahora, como ya me sé el camino, paso sin coyote. Sólo una vez me agarró la migra en la pasada. Casi siempre te atrapan en la corrida o escondido en el campo y te advierten que no trates de escapar. Ya detenido, te registran para asegurarse de que no traes armas, te suben a la patrulla (que algunos le dicen la perrera) y te llevan a la cárcel. Ahí haces una declaración, te preguntan tu nombre y de dónde eres, aunque ni sé para qué, porque todo mundo siempre contesta mentiras: se ponen otro nombre y dicen cualquier lugar que se les ocurra.

Dependiendo de la cantidad de gente que tengan en la cárcel (casi siempre tienen muchos detenidos y muchos por agarrar) estás ahí unas tres o cuatro horas y te regresan a México. La vez que me agarraron no me maltrataron, pero en ocasiones sí golpean a la gente cuando al detenerlos quieren escaparse, se echan a correr o se ponen violentos. Antes de conocer cómo está la movida de la pasada en la frontera me daba un poco de pendiente, porque uno se imagina que es como en las películas, que los guardias de la migra te disparan para matarte y cosas así, pero ya conociendo, uno sabe que si te agarran, pues hay que dejarse y ya. Esa ocasión, no tuve problemas porque di otro nombre, y como agarran tanta gente y en ese tiempo no tenían registro de fotografías o de huellas, pues no se dan cuenta si varias veces atrapan al mismo. Además, no se dan abasto para detener a todos los que intentan cruzar. En una noche llegan y salen camiones repletos de gente que quiere pasar la frontera, sobre todo en fin de semana; y aún los que agarran, lo vuelven a intentar hasta que logran llegar del otro lado. Yo por ejemplo, después que me soltaron, esperé un rato y esa misma madrugada volví a intentarlo y logré cruzar.

Detrás de mí se fue mi hermano Epifanio, que se llevó a su familia; también otros dos de mis brothers estuvieron un tiempo, pero casi ni trabajaron, más que nada fueron de visita, a probar qué tal estaba por allá, y como no la hicieron se regresaron. El último en irse fue el más chico de los varones. Mis hermanas nunca se animaron porque para las mujeres es más peligrosa y difícil la pasada, no aguantan tanto como uno, además, sale más caro para una mujer porque hay que cruzar por las rutas más fáciles y seguras, que por supuesto son en las que más dólares cobran.

Recién que llegué viví un tiempo con Rafa, después, cuando se fue Epifanio, me pasé a vivir con él y ya más recientemente vivo solo. Allá no me quejo de nada, gracias a Dios estoy bien. Me fui del pueblo porque no había ningún futuro para mí. Si me hubiera quedado, no tuviera esta casa, porque aunque es de mi papá (mi casa apenas la voy a construir), la hicimos mis hermanos y yo con los dólares que mandamos del norte. Yo también estoy por empezar a construir mi casa, ya tengo el material y el dinero para comenzar, pero si varios de la familia no estuviéramos en Nueva York no tendríamos nada. Aquí en México, por muy ahorrativo que seas, cuesta mucho lograr algo, apenas te alcanza para comer; si uno quiere comprarse buena ropa, salir a pasear o hacerse una casa, pues está canijo lograrlo, no se puede por más que uno luche, es casi imposible.

En Nueva York hay mucho paisano y se vive bien, lo único duro es el idioma, porque no en todos lados la gente habla español. Yo les he platicado eso a los muchachos del pueblo que después se han animado a irse para allá. Les digo que el principal problema para los mexicanos que se van a trabajar a Estados Unidos es no saber el idioma, porque hasta pueden tener papeles legales, pero si no hablan inglés es una desventaja más grande que no tener papeles; es preferible hablar inglés y no tener papeles que tener papeles y no hablar inglés. La discriminación yo la sufrí de recién llegado, porque los gringos te hablan y no les entiendes, entonces te ven como si fueras gente que no razona, sólo porque no hablas como ellos y eres nuevo en el país. El primer año que estuve en Nueva York la pasé muy difícil. Mi primer trabajo fue de lavaplatos en un restaurante que se llama Magic Place; por lo general muchos de los que se van para allá empiezan como lavaplatos.

Trabajé de lavaplatos los primeros dos o tres meses pero, la verdad, al principio andaba arrepentido de haberme ido, hasta llorando estaba porque no entendía nada del inglés. Uno cuando recién llega, oyes que te están hablando y a fuerza tienes que tener un traductor porque no captas nada. Me acuerdo que una vez un muchacho de Guatemala que trabajaba en el restaurante y era buena gente, me encontró llorando porque había un capataz (manager, como le dicen allá) que me estaba gritando, que hiciera no sé qué, y yo no le entendía, hasta que me lo tradujeron, y pues me dio una maltratada. Esa vez le dije al guatemalteco: —Me regreso para México, porque aquí no les entiendo nada de lo que hablan.

Pero yo creo que el poder de Dios es muy grande, me mandó fuerzas para seguir trabajando. Además, el guatemalteco me dio un consejo (porque a él también lo habían maltratado mucho cuando recién llegó), me dijo: —Agarra el diccionario y ponte a estudiar, primero las palabras más fáciles, las que usas, por ejemplo: plato, tenedor, vaso, eso es lo que te piden las meseras; empieza con lo más necesario, lo más común. Y agarré un diccionario que tenía mi hermano Rafa y me puse a estudiar lo más fácil, aunque después me volví bien curioso porque oía en el tren cualquier palabra y la escribía, luego que llegaba al restaurante, le preguntaba al guatemalteco, qué quiere decir esto, y como él llevaba casi un año en Nueva York ya entendía más o menos y me decía, pues quiere decir tal cosa. Y también le preguntaba cómo se pronuncia, porque las palabras no se dicen como están escritas, o a veces una palabra significa muchas cosas y hay que decirlas cuando es debido, no nomás porque sí.

Después, tanto el guatemalteco como mi hermano me aconsejaron que como mi horario de trabajo era de once de la mañana a nueve de la noche, me inscribiera temprano en la escuela para aprender inglés. En ese tiempo estuve estudiando como tres meses y pagaba cien dólares al mes; era barato, sobre todo porque ganaba bien. Desde el principio tuve mucha suerte. En mi primer trabajo empecé ganando 250 dólares a la semana, en ese tiempo era mucho para mí. Y como me metí a la escuela, aprendí un poco de inglés y empecé a subir en el trabajo, porque vieron que le echaba ganas y ya entendía más el idioma. Sobre todo eso de ir a la escuela fue lo que me ayudó mucho, porque en el restaurante ni quien te hablara español, pura mesera gringa; los dueños eran irlandeses, y pues también son de habla inglesa.

Para entonces me subieron a sandwichero y ganaba más. Así estuve dos años, pero me vine para el pueblo de vacaciones a ver a mi familia a finales del 92, la primera vez que vine fue en Todosantos, me acuerdo. Entonces ese trabajo se lo dejé a otro muchacho que era mi paisano del mismo pueblo.

Estuve en Petlalcingo un tiempo y después regresé a Nueva York, pero no al mismo trabajo porque se me hizo feo quitarle el empleo a ese muchacho que dejé en mi lugar, así que le dije: —Quédate con la chamba. Yo fui a buscar otro sitio para trabajar y, como ya le agarraba un poco al inglés, no se me hacía tan difícil contestarles cuando me preguntaban qué sabía hacer, además ya tenía experiencia en el trabajo de restaurante. Encontré empleo en otro restaurante, haciendo ensaladas y sándwiches.

Ahorita tengo 32 años, todavía estoy soltero, ya llevo como ocho años trabajando y viviendo en Nueva York. Al pueblo nomás vengo de vacaciones cada uno o dos años, a ver a mi papá y mis hermanos. Trabajo en un restaurante llamado Fireside, no me va tan mal porque gano unos quinientos dólares a la semana, que serían casi cinco mil pesos mexicanos semanales, ¿quién va a ganar eso en el pueblo?, aquí, por Dios, que está duro. Yo me doy cuenta cuando vengo que la situación en México está jodida; por ejemplo, mis hermanos que están en Petlalcingo, a veces se van a trabajar de albañiles y sólo sacan unos 35 o 40 pesos al día, y eso que la albañilería es un trabajo pesado. Por eso yo no me quedo. En unas semanas me voy de regreso para el norte, porque la mera verdad allá estoy en la gloria. Aquí trabajé mucho en el campo, el trabajo es bien pesado, bien matado, anda uno a pleno rayo del sol y casi ni se gana nada. En cambio en Nueva York estoy trabajando como rey, atendiendo clientes nada más, no trabajo pesado, limpio cualquier cosa: la parrilla donde cocinan las hamburguesas o los huevos, los baños, no es un trabajo duro. Además, limpiar no lo hago a diario, ahí en el restaurante somos como quince trabajadores y nos turnamos en los quehaceres.

Aunque también es cierto que algunos de los que se van al otro lado no le echan ganas y no progresan. A mí también me pasó eso al principio; yo era aquí en el pueblo bien borracho y recién que llegué a Nueva York pues igual tomaba mucho y el dinero no alcanzaba, pero después le paré porque vi que si seguía de briago nunca iba a progresar. En cambio, otros que se van, aquí en el pueblo no tomaban y llegando allá hasta se pierden de borrachos, fracasan y tienen que regresarse a México.

También hay que reconocer que actualmente en Nueva York se está poniendo más difícil cada día; hay bastante trabajo, pero pagan muy barato. Aunque, por muy barato que sea, cuando hay necesidad prefiere uno ganar aunque sea poco a no ganar nada, y además pagan mejor que en México, aún en los empleos más jodidos. Cuando digo muy barato estoy hablando de 180 dólares a la semana. Sobre todo, eso pagan los coreanos que tienen pequeños supermercados, pero quieren que trabajes doce horas al día, seis días a la semana. Una vez que andaba buscando trabajo en la calle, hace como tres años, solicitaban empleado en uno de esos supermercados y entré a preguntar, yo sabía que en otras partes estaban pagando a 5.50 la hora; cuando me preguntó el dueño cuánto quería ganar, le dije que trabajaba por hora y a la tarifa que daban en otros lugares, y el coreano sólo me quería dar 180 dólares a la semana, —¡No cómo cree! –le contesté, y que me salgo bien enojado, porque yo sé hacer bien cualquier trabajo y no iba a aceptar ese sueldo tan pinche. Ni loco, ¿iba a estar doce horas al día y seis días a la semana por ese dinero? Además, los coreanos te dan de descanso el día que ellos quieren, generalmente entre semana; si pides un domingo no te dan permiso. Así, menos me convenía, porque los domingos juego fútbol con los amigos en el equipo que tenemos allá. Es bonito porque se juntan todos los paisanos y casi es el único rato en que pasas un tiempo con tu gente y platicas del pueblo.

La vida allá en Nueva York es dura en otro modo, porque a veces aún entre hermanos o amigos llega uno a tener broncas por tanta presión del ritmo de vida. Por ejemplo, como soy soltero, vivía con mi hermano Epifanio, que es casado y tiene hijos, pero a veces que en el trabajo tenía algún problema y llegaba de malas a la casa, me encontraba a los niños llorando o que ya habían agarrado mi televisor y mis cosas, de ahí venían las discusiones con mi hermano. La vida de allá es difícil, te la pasas trabajando en una presión muy cabrona y encima vives amontonado, porque las rentas son muy caras y sólo las puedes pagar si compartes la casa con otras gentes. El norte más que nada es muy traicionero, ahí te puedes volver enemigo hasta de tu propio amigo, de tu padre o hermano, todo por el dinero, la competencia, la envidia. Allá uno se vuelve muy egoísta. Por eso hace poco me cambié a un cuarto donde vivo solo y estoy más tranquilo; ni quien me diga nada. Llego de trabajar, compro mi cena, como tranquilo, me acuesto a dormir y al otro día a trabajar.

Lo que me gusta de allá es que puedes vivir bien, juntar billete, sentirte como rico, siempre ganando dólares. En cambio, cuando vengo al pueblo no trabajo, el dinero está saliendo pero no entra, no tengo ningún ingreso. Lo que no me gusta de los gringos es el racismo, no todos son así, claro, porque a veces hasta el mismo mexicano es bien racista con sus paisanos. Por ejemplo, me contaron (porque a mi nunca me ha pasado) que un muchacho mexicano estaba como manager en un restaurante y entonces uno de mis cuates fue a pedir trabajo ahí y lo contrataron, ese mexicano que era manager, aprovechando su puesto, lo regañaba bien gacho, lo maltrataba sin ninguna razón, porque no quería a nadie que pudiera quitarle el puesto. A ese mismo restaurante llegaban muchos trabajadores mexicanos que no le aguantaban al manager su genio, a todos los corría para que no le hicieran competencia. Como el patrón no sabía español, no se explicaba por qué se le iban tanto los trabajadores si pagaba bien, pues el manager les hablaba a los otros empleados en español, el dueño no entendía nada y no se enteraba de cómo los maltrataba. Pero un día, el dueño puso a alguien a que le tradujera lo que les decía el manager a sus empleados y ahí se dio cuenta de lo feo que trataba a los otros mexicanos. Al primero que echaron fue al manager, hasta el mismo patrón le dijo: —¿Cómo voy a creer que a tus mismos paisanos los trates mal? –y lo corrió. A mi por eso no me gusta el ambiente de allá, te vuelves bien egoísta, hasta con tus mismos paisanos. Y vieras que el mexicano es muy buscado por los gringos para los trabajos, porque la mayoría son bien chambeadores; aunque, claro hay uno que otro compa flojo, pero la mayoría somos bien entrones, no nos gusta estar parados sin hacer nada, jugando o platicando con alguien; los dueños se dan cuenta de eso y te aprecian como trabajador.

Otra cosa que está muy dura en Nueva York es la droga, circula como agua. Yo allá no la consumo. Acá en el pueblo la probé una vez, pero no como vicio, nada más por pura curiosidad. No sé qué tiene que te pone como si anduvieras borracho. En Estados Unidos, hasta los niños de primaria andan drogados, chavitos de catorce, quince años, niñas y jovencitas también. Tengo allá muchos amigos que ven la marihuana como algo muy normal, es igual que cuando uno en México fuma un cigarro. Aparte, también usan otras drogas más pesadas como la heroína y la cocaína, que son fáciles de conseguir y circulan por todos lados. Por eso, digo yo, hay también mucha delincuencia allá; aunque, la verdad, los hispanos tenemos fama de problemáticos y de que armamos muchas broncas; por eso no nos quieren los gringos.

Por ejemplo, en Nueva York, en una parte que se llama el Bronx, hay un lugar grande para fiestas y bailes, y cuando se junta ahí la banda de puros mexicanos, los Cholos, seguido se arman pleitos y, mínimo, salen uno o dos muertitos. Se pone muy violento, no sólo en el Bronx, también en Queens, en Brooklyn, muertos a cada rato por broncas entre bandas o por la mariguana. La droga corre mucho por allá, pero como no me meto en eso ando tranquilo, ni quien diga nada mientras no entres en la mafia. Es delicadísimo meterte a vender droga, yo conozco algunos paisanos que andan en eso, pero ya no sales porque te quiebran; si entras no hay manera de echarse para atrás, porque los de las mafias tienen miedo de que vayas a delatarlos. Si te sales, al rato amaneces muerto, te patean, te queman la casa, te roban a tu hijo, violan a tu mujer. No sales limpio de ahí. Por eso ni me interesa; ganas mucho rápidamente, pero igual de rápido pierdes todo. Yo mejor tranquilo, trabajando como burro en el restaurante, pero también ahorrando billete, para hacer una casa, comprar un carrito, venir tranquilamente a mi pueblo a ver a mi familia y a descansar, sin necesidad de andar escondiéndome, como esos que andan en negocios chuecos.

La droga y la borrachera son dos cosas que no dejan progresar a algunos mexicanos que llegan a Nueva York. Por ejemplo, dos de mis hermanos se fueron para allá un tiempo, pero no la hicieron porque le entraron duro al alcohol y las drogas. Uno de mis brothers ya se andaba muriendo y cuando regresó al pueblo siguió con los vicios; el otro también, hasta la fecha no puede dejarlos y ya quedó medio mal de tanta sustancia que se mete. Antes poco se veía droga en el pueblo, ahora muchos de los que regresan la acostumbran, los chavos los imitan y, pues, ha cundido el vicio.

Cada vez que regreso al pueblo lo siento muy cambiado, vengo cada uno o dos años pero a veces he tardado hasta tres años en regresar y, pues, ya ni conozco a nadie, todos cambian, hasta mi familia. Ahora, cada vez que vengo, me atienden como si fuera un empresario o alguien importante, a diferencia de mis hermanos que están aquí y que ni los pelan. Yo les he dicho: —No sean así, traten igual a todos. Pero, pues, cambia mucho el trato, porque yo traigo dinero, les doy a todos mis carnales para comer; si alguno de mis sobrinos necesita algo, les compro ropa o cualquier cosa que haga falta. Cambia mucho la relación con tu familia y tus amigos cuando te ausentas tanto tiempo, cambia todo. Uno mismo cambia, yo, por ejemplo, ya no me acostumbro al pueblo, no puedo estar mucho tiempo, vengo sólo de vacaciones. Siento raro todo, ya no conozco a la gente. Cuando te vas al norte y regresas al pueblo después de unos años, te sientes como un fuereño, un extraño.

Ayer me fui a dar una vuelta por el campo y vi mucha tierra sin sembrar, de gente que se ha ido al otro lado y la deja abandonada. Como el clima es bien seco y la tierra es mala, cada vez menos compas quieren seguir trabajando en la agricultura, que es muy dura. Aunque este año dicen que llovió bien, y mucha tierra que antes ya no alcanzaba riego ahora la encontré bien bonita, toda verde. Cuando veo eso, a veces me dan ganas de quedarme y sembrar un terreno y echarle ganas, sacar una cosecha de provecho para ya no irme para el norte. Pero el problema es que aquí en el pueblo recibes dinero hasta que levantas la cosecha y la vendes, eso tarda seis meses o más, mientras que en Nueva York me he acostumbrado a tener dinero todo el tiempo. Además, en México te pagan bien baratas las cosechas y, pues, de dónde va a salir para vivir, para construirte una casa. Siendo soltero, puede que alcance, pero si tienes mujer, hijos, hay que mantenerlos, comprarles ropa y aquí trabajando en el campo, de dónde sacas, si aunque te vaya bien en la cosecha, luego te la quieren pagar muy barato. A mí por eso, no me dan ganas de quedarme en el pueblo, ya me acostumbré a trabajar en el restaurante, a la forma de vida de Nueva York.

Aunque, en realidad, también a ratos, cuando estoy en mi pueblo, me gustaría quedarme, porque este es mi país, pero lo pienso mejor y sé que no se puede, porque ya no me acostumbro y además está la necesidad de trabajar y ganar dinero para progresar y tener una vida mejor. Mi papá todavía vive y está enfermo, ya no puede trabajar el campo, mis sobrinos están chiquitos como para que trabajen, por eso todavía tengo que ayudarlos, ver que no les falte nada y solamente trabajando en el norte puedo sacar adelante a la familia y construir cosas para el futuro, cuando quiera casarme y tener mi familia.

Cuando estoy en Nueva York, le mando dinero a mi hermano que vive en Petlalcingo, y le digo: —Dale tanto a mi papá, que tenga para comer y no le haga falta nada. El resto me lo guarda o compra material para cuando haga mi casa en el pueblo, otra parte la pone en el banco. Además, ahorro allá y cuando vengo me traigo mi dinerito para gastar mientras estoy de visita. A veces el dinero que me guarda mi hermano lo presta cuando algún compa le pide para una emergencia, porque a veces la gente aquí en el pueblo de verdad está muy necesitada, por ejemplo cuando se les enferma alguno de los niños y no tienen para el doctor. Yo le digo a mi hermano, préstalo, y si tengo buena voluntad hasta se los regalo, porque uno sabe lo que es la pobreza.

A nosotros nos pasaba eso cuando estábamos chicos, luego no teníamos ni para cuando se nos antojaba un refresco, un raspado; para nada había. Por lo regular mando cada mes al pueblo unos 700 dólares, no mando más porque en Nueva York también tengo mis gastos. Aunque, la mera verdad, allá gasto poco; estoy en la gloria, porque en el restaurante donde trabajo, si llego temprano (una hora antes de mi entrada) el dueño me da la facilidad de hacerme mi desayuno con lo que haya en la cocina. En la tarde tengo media hora para comer y de nuevo me preparo la comida ahí mismo, en el restaurante. En la noche, salgo del trabajo y compro la cena, pero, cuando mucho, gastaré tres o cuatro dólares de comida en todo el día, casi toda me sale gratis. Lo que sí es caro son las rentas, por eso allá se acostumbra juntarse varios para alquilar una casa o un departamento y cada quien agarra su cuarto. Ahorita de renta estoy pagando 550 dólares al mes por un cuarto, pero como a lo mejor se va una muchacha del pueblo conmigo, pues voy a alquilar un espacio más amplio, al menos que tengamos baño para nosotros nada más; aunque vamos a tener que seguir compartiendo la casa con otras gentes, porque rentar uno solo está difícil.

Me arriesgo cada vez que paso la frontera porque soy ilegal y siempre lo seré. Hacerse de papeles y ser ciudadano americano cuesta bastante. Solamente que te cases con alguna muchacha que sea ciudadana norteamericana puedes tener más fácil los papeles, pero yo no le hago a eso de casarse por interés, no tiene caso si no quieres a la chamaca. Muchos le han hecho así para obtener su residencia legal. Harta gente se casó nomás por conseguir los papeles, sobre todo hace un año, que se regó la noticia de que el gobierno ponía una fecha a partir de la cual todo trabajador que no fuera ciudadano americano o que no tuviera permiso de trabajo iba a ser detenido por la migra para regresarlo a su país. Cual más se casó para legalizarse, sobre todo porque en Estados Unidos hay mucha mujer residente soltera o viuda; aunque ellas también se beneficiaron con los matrimonios, pues hacían el trato de que si querías los papeles, se casaban contigo para ayudarte a conseguirlos, pero a cambio pedían una buena lana. Se hizo mucho negocio con esos casamientos, hasta que se dieron cuenta los del gobierno y muchos de los que participaron en estos matrimonios arreglados fueron a parar a la cárcel por violar la ley.

En el pueblo ha habido cambios buenos y malos a raíz de que la gente se va a trabajar a Estados Unidos. Lo bueno es que los que están allá mandan dinero a su familia, se construyen casas, meten dinero al banco; la gente tiene una vida mejor. Lo malo es que en el pueblo ya no quedan hombres jóvenes que trabajen las parcelas; existe mucho terreno que no se siembra porque no hay quien haga las labores; en el pueblo vive puro señor grande, como mi papá, a veces enfermos, que ya no tienen fuerzas para sembrar. Los chavos se van y no hay quien cultive el campo; la cría de animales se ha abandonado también porque no hay gente que los cuide.

Las familias que tienen gente que les manda dinero de Estados Unidos viven mejor, ya no están tan pobres como antes. Los que sólo viven de tejer sombrero y de la agricultura (que es lo que más se trabaja en el pueblo) hay años que les va muy mal, porque el sombrero se paga barato y si no se da la cosecha, pues, qué cosa hace la pobre gente, se la pasa comiendo tacos de frijoles y salsa, los niños descalzos, porque no hay dinero más que para medio comer. En cambio, si los muchachos se van a trabajar al norte, mandan dinero a la familia para el gasto, guardan un poco de dólares en el banco, se hacen una casa, compran un carro, viven mejor. La gente se va sobre todo porque aquí qué se hace que deje algo de dinero, no hay trabajo ni apoyo para el campesino.

Aún así, apenas compré en el pueblo un terreno de riego, me lo vendió un señor amigo de mi papá que vive en México donde tiene un puesto de frutas en el mercado, y por eso casi no está en Petla. Ese señor le había ofrecido el terreno a mi papá, pero el jefe dice que para qué quiere más terreno si lo mantienen sus hijos, que están trabajando en el norte. Yo me animé a comprarlo, todavía no lo acabo de pagar, nada más di una parte, pero ya hice el trato y por el momento ahí lo tengo, como inversión. Además, uno nunca sabe, a lo mejor más adelante me animo a quedarme un tiempo y sembrarlo.

Actualmente en Nueva York vivimos Epifanio (que se llevó a su familia), Rafa (que se casó con una gringa y está tramitando sus papeles de residencia legal), Filiberto y yo (que todavía estamos solteros). Todos trabajamos en restaurantes y le enviamos dinero a mi papá para que se sostenga y pueda seguir sembrando aunque sea un poco de maíz y frijol para comer.

Por el momento, no pienso regresar a establecerme al pueblo, al menos en dos o tres años, pero más adelante quiero (con lo que he ahorrado) poner un negocito. Ahorita todavía voy a irme a trabajar al norte porque voy a hacer mi casa en el pueblo y tal vez más adelante me case con una muchacha de Petla, que a lo mejor se anima a irse conmigo esta vez. Esos son mis planes, voy a hacer la casa, primeramente Dios, y luego voy a poner un negocio de tacos de carnitas en la ciudad de Huajuapan o Acatlán. Aquí en el pueblo no creo que funcione porque la gente apenas tiene para comer, sólo en época de la feria podría haber más venta. Eso estoy planeando, pero todavía me voy a ir otros años a Nueva York para juntar suficiente dinero. Tal vez, trabajando allá otros añitos, pueda armar mi negocio, a ver si con eso ya la hago en mi pueblo. Así están mis planes, pero más adelante Dios dirá.

Autora: Martha Elena Nava Tablada (Petla)
Categoría 21 años y más, México
Petlalcingo Puebla – Nueva York
Noviembre de 2006
Esta historia ganadora del Primer Concurso de Historias de Migrantes México-Estados Unidos organizado por el Consejo Nacional de Población (CONAPO) de México.

© 2006 – 2024, Barriozona Magazine. All rights reserved.

ARTÍCULOS RECIENTES

Comentarios

MANTENTE CONECTADO

error: Content is protected!! - ¡El contenido está protegido!