Nota del editor: Marco Antonio Galaviz nació el 17 de mayo de 1964 en la aldea indígena de Chinotahueca, ubicada en el Valle del Mayo, en Navojoa, Sonora. Emigró a Arizona, Estados Unidos en el verano de 1991. Se reveló como un excelente pintor después de superar la indigencia y el alcoholismo en las calles de Phoenix. Destacó como un versátil artista contemporáneo que creaba su arte a partir de su ancestral herencia de indígena Mayo, plasmando capas de ricos colores y texturas para crear fuertes y vibrantes efectos. Sus pinturas se exhibieron en eventos culturales y galerías en el área metropolitana de Phoenix. Creó una serie de pinturas bajo el título “Titanes”, en las que se aprecian a mujeres y hombres de grandes proporciones realizando trabajos cotidianos. El 31 de mayo de 2004 Marco Antonio Galaviz perdió la vida en un accidente aéreo a unos 65 kilómetros al noroeste de la ciudad de Phoenix. Galaviz escribió el artículo a continuación para la edición impresa de Barriozona Magazine publicada en enero de 2004.
“Era el verano de 1991. Corría el mes de junio y el sol de Phoenix brillaba majestuoso y romántico en toda su plenitud, haciendo mágico contraste con el misterioso cielo azul de Arizona. Era un azul suave, melancólico, rayando un poco en lo celeste. No existía en esos momentos ni una triste nube para atenuar los calcinantes rayos del sol, que inclementes e indisciplinados se esparcían sobre los edificios y el asfalto de la ciudad. Eso me gustaba; el tiempo de calor simplemente me encantaba. La sabia naturaleza me dotó de una piel morena, ideal para este clima. Siendo indio, descendiente directo de la raza de bronce, amo el sol, adoro el desierto y su flora y fauna. Pero en aquel momento me sentía tan solo como una lagartija más, perdido en el desolado y árido desierto arizonense, pues era mi primer día en la ciudad. No conocía el lugar ni a nadie, no tenía dinero, ni hablaba inglés; era un inmigrante más sin documentos.
“Vagabundo por naturaleza, esa misma tarde me las arreglé para encontrar albergue. Esa noche dormí en el edificio de la misión CASS (Central Arizona Shelter Services) en la esquina de la Doceava Avenida y Madison. Ahí todo era gratis: ropa, zapatos, alojamiento y comida, cepillo de dientes, jabón y shampoo, y las lavadoras. Había trabajadores sociales que lo orientaban a uno y lo ayudaban a conseguir educación y empleo (al que quería trabajar; yo no era uno de esos). ¿Qué más podía yo pedir? Yo un vagabundo sin oficio ni beneficio, una lacra de la sociedad, perdido en el vicio del alcohol y sin ningún sentido ni dirección en la vida.
“Los dos años siguientes los dediqué a echar a perder más mi vida. Adopté el estilo de vida ‘homeless’ [indigente]. Por periodos vivía en las misiones como el ‘House Refuge’ de Sunnyslope y en las calles de Phoenix, o donde se me hiciera de noche. Mi cama era el duro asfalto, mi techo el infinito cielo. Acostumbraba vagar y embriagarme por el ‘Downtown’ de Phoenix y en la calle Van Buren. A veces me refugiaba en la Biblioteca Pública Central. Comía en los comedores públicos de la venerable institución Saint Vincent de Paul y de la Andre House, puesto que la comida era gratuita. Cuando no estaba ebrio me la pasaba tratando de aprender inglés en el ‘Downtown Neighborhood Learning Center’, en la Novena Avenida y la Calle Madison. También en la Friendly House y el Metro Tech. Hasta al Phoenix College llegué a parar gracias a unos buenos samaritanos que pagaron la colegiatura. El único reto era poder comunicarme en inglés, ‘de ahí en fuera, que el mundo ruede’ –me decía mi mismo– mientras me hundía más en el alcohol. También estudié en el Gary Tang Center y el Río Salado Community College. Logré obtener mi GED, lo cual fue fácil porque lo tomé en español. Yo había estudiado en México, pero nada con seriedad. Mi ilusión desde que era niño fue ser un pintor como Diego Rivera o Leonardo da Vinci. Pero jamás tuve la oportunidad de estudiar arte. Sin embargo la flama seguía ahí en alguna parte de mí, ardiendo incesantemente.
“En las oscuras noches tachonadas de brillantes estrellas, me asaltaban los recuerdos de otros tiempos, de mi gente y mi pueblo viviendo allá en el Valle del Mayo, Chinotahueca. En Navojoa, tenía a mis padres y hermanos. ‘Sonora querida, tierra consentida de dicha y placer…’, ese dulce himno resonaba en mi mente. Pero, me preguntaba: ¿cómo salir de éste paupérrimo agujero y reconectarme otra vez con la sociedad? Trabajar era una palabra completamente fuera de mi diccionario. Sólo en mis momentos más dementes trabajé en algunos lugares por uno o dos días en esos dos años de incertidumbre. Era un completo parásito de la sociedad. En México, el que no trabaja, roba. Allá sí trabajé y siempre me las ingeniaba para trabajar en el campo del arte. Ya había sido rotulista y ayudante de pintores profesionales, pero todos éramos alcohólicos y pasábamos más tiempo en los tugurios que trabajando. Desde que era niño sabía que el arte corría por mis venas. Pero en algún punto del camino perdí la brújula y el rumbo hacia mis sueños de la infancia.
“Fueron varios los edificios abandonados en los que dormí en el ‘Downtown’. Dormí en nidales de indigentes, borrachos y maleantes. Uno de esos edificios se quedó más claro en mi memoria: el edificio ‘The Lofts of Fillmore’ [condominios], en la esquina de la Segunda Avenida y la Calle Fillmore. Para mí es un símbolo viviente de la regeneración del hombre ante la sociedad. Yo lo vi en su más miserable y degradante condición, y dormí en sus cuartos destartalados. Sin embargo, años más tarde, alguien vio potencial en ese edificio y no fue demolido, sino reconstruido, y hoy en día es una belleza digna de admirarse.
“En 1994, por gracia del cielo, al igual que con el edificio, la que ahora es mi esposa también vio algo en mí y me ayudó a salir del infierno en que me encontraba, reincorporándome a la sociedad con una nueva actitud. Escribí la palabra trabajo en mi diccionario y la hice real. Al igual que algunas más, como perseverancia y dedicación. El alcoholismo quedó en el pasado. Trabajé de rotulista, luego de ‘grocery bagger’ [empacador de comestibles] en la tienda Safeway, The Housekeeper, en el Princess Resort en Scottsdale, en las ‘yardas’, limpiándolas, y también como mesero en un restaurante italiano, donde me hartaba de pastas y lasaña.
“Mientras trabajaba en la interesante profesión de ‘mil usos’ tomé cursos de pintura en el Paradise Valley Community College, y tuve clases privadas de arte. Pero más que nada practiqué y estudié libros enseñándome a mí mismo. Después de algún tiempo tuve mi primer trabajo en una compañía de arte, y de repente me volví un pintor profesional. Y lo que son las cosas: por los misteriosos designios del destino, ahora, nueve años más tarde, mis pinturas se encuentran en exhibición en el edificio de condominios ‘Lofts at Fillmore’. Hoy puedo decir que como el Ave Fénix renace de entre sus propias cenizas, así yo renací aquí en Phoenix, como ser humano y artista”.
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