Los viajes, mi viaje – Historias de migrantes – México-Estados Unidos


Maryela Ávila García (Mar)
Categoría 12 a 20 años, México

(México) — La historia de migración en mi familia comenzó con mi abuelo materno, quien participó en el Programa Bracero. Años después, unos tíos comenzaron a emigrar a Estados Unidos. Mi madre, tentada por el sueño de una vida mejor y en un viaje de aventura, emigró a California en 1989. Después mi padre la siguió junto con mi hermano, que es dos años mayor que yo. Yo tenía tres años y buscaba a mi mamá, por eso es que también nos fuimos a California mi abuelita, mi hermana mayor y yo. Estuvimos casi un año pero a mi abuelita no le gustaba estar allá, por lo que decidimos regresarnos, excepto mi padre que se quedó a trabajar. Regresamos a Tócuaro, un pequeño pueblo en el estado de Guanajuato, y mi madre iba a ver a mi padre unas dos o tres veces al año.

Fue hasta abril de 1995, tras la muerte de mi abuelita, que mi madre decidió irse a vivir y establecerse junto con mi padre. Se fue, y cuando terminaron las clases mandó por mi hermano menor y por mí. Éramos cuatro, dos mujeres y dos hombres. Mis hermanos mayores se quedaron con una tía en la ciudad de México. Mi hermano y yo volamos de Morelia a Tijuana junto con dos tíos (un hermano y un primo de mi mamá). Ellos iban a tratar de cruzar la frontera ilegalmente por el cerro. A nosotros nos iba a recoger una tía, con la cual pasamos la línea fronteriza en carro, con actas de nacimiento de otros niños. Yo tenía apenas nueve años y tenía miedo de que agentes de emigración nos hicieran preguntas, y al mismo tiempo era emocionante porque sabía que estaba cerca de vivir con mis papás.

Finalmente, todo salió bien y en unas cuantas horas ya estábamos en Pasadena, California. Estaba contenta de estar con mis padres. Sin embargo, a mi padre no le agradó mucho la idea de que mi hermano y yo estuviéramos ahí. Al contrario, pareció molestarle y es que mi mamá quería darle la sorpresa, y no le dijo nada hasta que llegamos. A mí me dolió mucho su rechazo. Después de algunos meses entendí su reacción, y es que a un mes de haber llegado nosotros, él se fue y nos abandonó. Se fue sin decir nada, sin decir adiós. Al parecer tenía todo planeado para irse con otra mujer.

Nosotros representábamos una amenaza para sus planes, quizás remordimientos. Se fue dejándonos con las deudas del teléfono, de luz, del departamento. Mi madre no tenía ni un dólar y se sentía desesperada. Estaba deshecha y el panorama era desolador, por lo que tomó la decisión de mandar por mi hermana mayor e irnos a Hopland, un pueblito al norte de California, junto con mis tíos que ya se encontraban con nosotros después de haber sufrido varios días en la frontera. Mi hermana llegó y dejamos el departamento con todo y muebles.

Cuando llegamos a Hopland, mi madre se encontró con la noticia de que no se podía quedar ahí con niños, ya que era peligroso porque había maquinaria en las huertas de peras y manzanas, en el rancho. Entonces, un conocido le dijo que un muchacho de nuestro pueblo se iba a regresar, pero que vivía a más de tres horas de ahí. Así fue como llegamos al Valle de Salinas, una pequeña ciudad cuya principal economía es la agricultura. Estando ya ahí, y a un día de mandarnos de regreso a México, mi madre desistió de la idea y decidió que nos íbamos a quedar a vivir ahí. Al siguiente día, sin conocer a nadie salió a las calles en busca de trabajo. Encontró trabajo en la fresa (cortar fresas), donde empezó a trabajar al tercer día. Era un trabajo muy fuerte y si para un hombre es difícil mucho más para una mujer que no estaba acostumbrada al trabajo pesado. Era desesperante verla llegar casi sin poder moverse y muerta de cansancio. Durante el día trataba de mantenerse entera y ponerse una máscara de fortaleza, por las noches se derrumbaba y su voz se quebraba en llanto. Tenía que sobrellevar la muerte de su madre, el abandono de mi papá y tenía que sacar adelante a una familia. Pasaron los días y tuvo que acostumbrarse al trabajo y a la nueva vida que estábamos comenzando.

Mi hermanito y yo entramos a la escuela. Fue una etapa difícil ya que no hablábamos inglés. Yo tuve que adaptarme al sistema de la escuela, batallar con el idioma, con las costumbres y sufrir también el rechazo de algunos compañeros. El ser llamado mojado, paisa e indocumentado. Pronto llegó el invierno y se acabó la temporada de trabajo. Estábamos en el mes de diciembre y pronto iba a ser Navidad, y nosotros no teníamos dinero para comprar qué comer. Mi hermano lloraba por un vaso de leche, mi madre lloraba por no poder dárselo. Yo lloraba por verlos sufrir.

Ese ha sido el peor año de mi vida, no sólo por todo el sufrimiento sino también por todas las carencias. A veces teníamos que pedirles comida a unas vecinas que, por cierto, nos ayudaron mucho. Como dicen por ahí, después de la tormenta viene la calma. Llegó la temporada de trabajo y poco a poco nuestra vida comenzó a mejorar. Tuvimos para cambiarnos a una casa. Mi mamá mandó por mi hermano que estaba en el D.F., el cual también sufrió en su intento de cruzar la frontera junto con mi tío. Afortunadamente pudimos reunirnos después de casi un año de no vernos.

Por fin estábamos todos juntos y nuestros lazos familiares se hicieron más fuertes. Poco tiempo después una vez más la fortaleza de mi madre se puso a prueba. El 21 de septiembre de 1996 recibimos la noticia de que mi tío, con el cual mi hermano cruzó la frontera, había muerto. Para mi mamá fue un golpe muy fuerte, no sólo porque era el hermano con el que tenía mayor comunicación sino también por la manera tan trágica de morir. Lo asesinaron en Hopland, California. Trataron de asaltarlo y recibió quince puñaladas, una en el corazón.

Tuvimos que viajar hasta allá y mi mamá tuvo que identificar el cuerpo. Fueron días muy difíciles. Me dolió mucho porque mi tío había ocupado el lugar que dejó mi papá. Él representaba esa figura paterna. Pero, en diciembre de ese mismo año, también llegó alegría a la casa. Mi hermana mayor, con apenas quince años, se había juntado en unión libre con su novio, mi mamá se convirtió en abuela y yo en tía por primera vez, con apenas diez años de edad.

Así pasó un tiempo, hasta que decidimos regresarnos a México. Mi hermana, que se había separado de su pareja, se regresó con nosotros junto con su bebé de ocho meses. Llegamos a Guanajuato y comenzamos la escuela. Mi madre sólo estuvo un par de meses porque al ver nuestra situación económica se regresó a California. Nosotros estuvimos un año. No aguantamos más, ya que nos habíamos acostumbrado a vivir en Estados Unidos y, más que nada, a estar cerca de nuestra madre, que era la cabeza de la familia y era madre y padre a la vez.

Regresamos a Salinas y esta vez unas primas nos acompañaron en el viaje. Todos pasamos por la línea con actas de nacimiento. Una vez más la suerte nos acompañó. Llegamos a la casa donde vivía mi mamá y todos nos quedamos en un cuarto. No llevábamos ropa y fue un poco difícil (mientras nos acomodamos), aunque nada comparado a la primera vez. Nos mudamos a un departamento, cada una de mis primas hizo su vida. Mi hermano mayor decidió no seguir en la escuela y entró a trabajar. Mi hermana encontró una nueva pareja y salió embarazada por segunda vez. Yo terminé la secundaria y entré a High School. Después nos cambiamos de casa a una más grande.

Al pasar de unos años creo que ya nos habíamos acostumbrado al estilo de vida de la ciudad. Terminé la preparatoria y me convertí en la primera de mi familia en lograrlo. Para mí eso no era suficiente, uno de mis sueños y metas es obtener un título universitario. Pero como no pude entrar directamente a la universidad, por no ser residente legal y no poder pagar colegiaturas, entré a Hartnell College un colegio comunitario, pero de nivel universitario, donde realicé dos años de Arte.

Para entonces ya había aprendido lo difícil que es ganarse la vida. Yo sabía que el trabajo del campo era difícil, pero no supe qué tan difícil era hasta que en vacaciones anteriores trabajé en el trasplante de brócoli y en la lechuga. Ahí supe que yo no quería eso para mí, que quería salir adelante, y en cierta manera recompensar todo el sacrificio de mi madre. Gracias a Dios he tenido todo el apoyo de mi familia, el abandono de mi padre no ha sido una desventaja, al contrario, ha sido algo que me ha estimulado a querer superarme y cada día ser mejor.

Hoy día, mi madre sigue trabajando en la agricultura, un trabajo muy digno pero muy agotador. Gracias a ello me ha dado todo, todo lo que tengo se lo debo a ella, al igual que todo lo que soy. Aunque fueron difíciles los primeros años, y fue difícil el estar en una ciudad donde no conoces a nadie y aprender un idioma al cual eres ajeno. Estar lejos de casa, añorar el pasado, recordar a los amigos. A pesar de todo esto, también es gratificante ver a tu familia unida superar todas las dificultades y aprender la vida.

Tengo también mucho que agradecer a Estados Unidos por todo lo que me ha brindado: una educación (excepto la universidad), la oportunidad de conocer nuevos lugares, aprender un segundo idioma, que a lo largo de mi vida sé que va a ser una gran herramienta. También porque en Estados Unidos he conocido personas maravillosas, he tenido excelentes maestros, grandes amigos, personas excepcionales que han aportado algo significativo a mi vida. Personas que me han enriquecido como persona y que definitivamente han hecho un cambio drástico en mi vida. Hoy soy una extranjera en mi propio país ya que, a pesar de haber nacido en el Distrito Federal, siempre fui ajena a esta ciudad. Una ciudad tan caótica, tan estresante, pero tan colorida, tan diversa, que te hace sentir en casa. Por eso estoy aquí, por todo lo que esta ciudad me hace sentir y también por tratar de llegar a mi meta, y terminar la universidad.

Estoy asimilando la vida capitalina y estoy readaptándome a mi país, sintiéndome en casa con mi gente, con mis paisanos mexicanos. También estoy en busca de mis sueños y aunque sé que no es fácil, quién dice que las cosas que realmente valen la pena son fáciles, son las que cuestan más. Sin embargo un día escuché una frase y es la que me ha acompañado siempre: “cuando deseas algo realmente con el corazón el mundo entero conspira para que lo logres”. Me vine de California hace un par de meses ¡y extraño tanto a mi familia! Sin embargo, también lo hago por ellos. Espero poder verlos pronto y decirles cuánto los quiero. Por lo pronto estoy tras lo que deseo.

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