El trazo que mató al presidente electo de México en 1928: la caricatura de Álvaro Obregón dibujada por su asesino

El dibujo de Álvaro Obregón realizado por José de León Toral instantes antes de asesinarlo. La caricatura, presentada como gesto artístico, sirvió para acercarse al presidente electo durante el banquete en La Bombilla, el 17 de julio de 1928. Fue la antesala gráfica de un magnicidio.
El dibujo de Álvaro Obregón realizado por José de León Toral instantes antes de asesinarlo. La caricatura, presentada como gesto artístico, sirvió para acercarse al presidente electo durante el banquete en La Bombilla, el 17 de julio de 1928. Fue la antesala gráfica de un magnicidio.

CIUDAD DE MÉXICO — En una hoja de papel, trazada con lápiz en apenas unos minutos, quedó dibujada la figura de uno de los hombres más poderosos de México en 1928: el presidente electo. Lo insólito no es que se haya caricaturizado al general revolucionario, sino que el autor del dibujo de Álvaro Obregón fue José de León Toral, el mismo que instantes después vaciaría su pistola contra el cuerpo del caudillo. Ese boceto, ahora conservado como un objeto sombrío de la historia nacional, no es solo un retrato: es el umbral gráfico de un magnicidio.

El dibujo de Álvaro Obregón por José de León Toral muestra un perfil severo, de gesto inmóvil, desprovisto de emoción. Bigote tupido, cabeza inclinada, frente despejada. Todo está reducido a líneas austeras, desprovistas de cualquier gesto vital. No es un retrato de admiración, ni siquiera una crítica política: es un ejercicio deliberadamente neutro, frío, casi clínico. Tal vez, por eso, resulta tan inquietante.

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Su talento para dibujar fue el mecanismo de infiltración del asesino para ingresar al banquete en el restaurante campestre La Bombilla, el 17 de julio de 1928, donde Obregón celebraba su reciente reelección como presidente. Nadie conocía a José de León Toral. Se presentó simplemente como dibujante. Algunos asistentes, satisfechos con sus bocetos, le dieron espacio para acercarse al general. Lo hizo con el cuaderno y el lápiz todavía en la mano, la mirada baja y el porte de un hombre que no amenazaba a nadie.

Cuando Obregón recibió el dibujo, según testigos, soltó una carcajada. Fue en ese instante —con la guardia baja y la atención distraída— que Toral sacó su arma y disparó. Cinco tiros a quemarropa impactaron su cuerpo, aunque después se especularía que fueron más.

Un dibujo rápido como pretexto

En perspectiva histórica, el dibujo de Álvaro Obregón hecho por José de León Toral es mucho más que un objeto anecdótico. Es posiblemente el único caso documentado en México —y el mundo— donde una caricatura sirvió como herramienta inmediata para ejecutar un magnicidio. Su existencia revela algo más profundo: el poder de la imagen no solo como símbolo, sino como acción encubierta.

Desde un punto de vista técnico, el dibujo tiene poco que destacar. Líneas simples, sin sombreado, sin proporciones académicas. Y sin embargo, eso es lo que lo vuelve más perturbador. Su falta de detalle lo convierte en un borrador, en una presencia apenas definida. El rostro de Obregón aparece sin alma, sin matices, indiferente. Como si el dibujante ya lo viera como cadáver.

Analistas y estudiosos han especulado sobre el estado mental de Toral. El dibujo ha sido interpretado como un espejo de su frialdad emocional. No hay crítica, no hay sátira. Tampoco hay devoción. Solo una figura inerte. En tiempos recientes, especialistas en análisis gráfico han observado cómo este tipo de representación despersonalizada es común en personas que cosifican a sus víctimas, es decir, las reducen a meros objetos. No lo dibujó como persona: lo delineó como objetivo.

En cierto sentido, el lápiz fue su arma, el dibujo su blanco.

La ejecución como puesta en escena

Lo más dramático fue el contexto teatral en que se ejecutó. En medio de una comida oficial, rodeado de amigos, funcionarios y música, el presidente electo fue asesinado mientras contemplaba su propia caricatura. El arte como máscara, el banquete como trampa. La caricatura no fue una crítica, fue un acto. No se hizo como homenaje, se realizó como epitafio. Y en ella, la muerte iba disfrazada en papel y lápiz.

Casi un siglo después, el dibujo de Álvaro Obregón sigue circulando en archivos digitales, exposiciones de museo y libros sobre el “Manco de Celaya” o la Revolución mexicana. A veces como simple curiosidad. A veces como documento clave. Pero su poder simbólico permanece intacto: no por lo que muestra, sino por lo que representa.

Es, en esencia, la representación gráfica de un magnicidio.

Y como el propio rostro de Obregón en esa caricatura, México todavía lo contempla de perfil, entre la incredulidad y el silencio. Porque más allá de los balazos, el verdadero golpe fue ese trazo invisible que convirtió al arte en trampa, y a una imagen en sentencia de muerte.

El caso de José de León Toral es único en su tipo: hasta donde se sabe, es el único magnicidio en el que un dibujo real, hecho a mano frente a la víctima, fue usado como medio de aproximación inmediata y táctica de distracción.

Por esa razón, el dibujo de Álvaro Obregón hecho por Toral no solo es una rareza histórica, sino un caso singular en la historia universal del arte y el crimen político. No se conoce otro ejemplo tan directo en que el arte haya funcionado como antesala de un crimen político.

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