Para México, 1968 estaba destinado a ser el año en que el país sería recordado y reconocido por la organización y celebración de los Juegos Olímpicos, los primeros en su historia. El evento deportivo serviría como un escaparate ideal para que el gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz proyectara una nueva imagen de la nación al mundo, una de paz y progreso.
No obstante, la realidad social en México era una contraria a la que el gobierno del presidente se esmeraba en plasmar. Si bien se habían logrado avances en el plano económico y la capital del país transformaba su imagen a una de prosperidad y competitividad, serios problemas sociales fundamentales mantenían al país al margen de otras naciones.
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Desafortunadamente para los planes de Díaz Ordaz, 1968 se convertiría en uno de los años más tumultuosos de la historia, caracterizado entre otras cosas por un espíritu de rebelión juvenil que se extendió por países de todo el mundo. El México que concebía Díaz Ordaz no sería la excepción.
Protestas en todo el mundo
Las protestas ocurridas en grandes ciudades del mundo desde el principio de 1968 dieron pie a una escalada mundial de conflictos sociales, en su mayoría caracterizados por rebeliones populares contra las elites militares y gubernamentales, y a su vez estas respondieron con una escalada de represión política en contra de los manifestantes.
La oleada mundial de protestas se ha atribuido a cambios sociales que surgieron durante las dos décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, y muchas de ellas se suscitaron en respuesta directa a injusticias percibidas en la sociedad de los países en donde las multitudes hicieron oír sus voces de inconformidad.
Díaz Ordaz conocía esta situación. En su informe de gobierno de 1968 dijo: “Habíamos estado provincianamente orgullosos y candorosamente satisfechos de que, en un mundo de disturbios juveniles, México fuera un islote intocado”.
En esa ocasión, el presidente se refirió a la situación que prevalecía en México debido al movimiento estudiantil justo cuando estaban a punto de celebrarse las Olimpiadas al decir: “Los desórdenes juveniles que ha habido en el mundo han coincidido con frecuencia con la celebración de un acto de importancia en la ciudad donde ocurren”.
Citó como ejemplos de aquellos desórdenes conflictos estudiantiles suscitados en Uruguay tras el anuncio de la reunión de los presidentes de América, así como las charlas sostenidas en París, que buscaban detener el conflicto armado en Vietnam, y que, en la opinión de Díaz Ordaz, “fueron oscurecidas por la llamada ‘revolución de mayo’”.
Represión violenta de Díaz Ordaz a las protestas
El presidente, quien ocupó la silla presidencial de 1964 a 1970, tampoco desconocía cómo los gobiernos habían respondido para aplacar las protestas, al grado que su gobierno fue marcado por las protestas estudiantiles de 1968, y principalmente por la represión por parte del Ejército y las fuerzas del Estado que produjo la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en el complejo habitacional Tlatelolco.
Díaz Ordaz dejó demostrado con la sangre de lo que se estima fueron cientos de víctimas masacradas la noche del 2 de octubre hasta dónde estuvo dispuesto a llegar su gobierno para proteger la celebración de los Juegos Olímpicos. Después de todo, aquella sería la primera y única vez que los juegos se llevaron a cabo en América Latina.
El afán del gobierno de Díaz Ordaz era mostrar al mundo que la economía de México estaba creciendo rápidamente, y que su reciente modernidad podía incluso organizar un evento tan costoso como el de los Juegos Olímpicos.
Ciudad moderna, gobierno vetusto
Pero aquella modernidad exterior contrastaba con la política del sexenio de Díaz Ordaz que se venía arrastrando desde el pasado. En 1968 el país era gobernado por un partido político único ―el Partido Revolucionario Institucional―, los medios de comunicación o eran censurados o servían a los intereses del gobierno, y para reprimir toda oposición al poder oficial existía un aparato de seguridad opresivo.
Para la juventud mexicana, 1968 fue el momento propicio para desafiar al viejo y autoritario régimen. Los estudiantes mexicanos se armaron de ánimo suficiente al verse dentro de un contexto mundial de revueltas estudiantiles en otras ciudades del mundo. Además, contaban con el escenario ideal para sus manifestaciones y hacer oír sus demandas: las Olimpiadas.
Pero la protesta estudiantil de los jóvenes mexicanos se topó de frente con un Díaz Ordaz, quien no titubeó en hacer manifiesta su determinación a que nada ni nadie le estropearan los juegos al México que su gobierno presentaba ante el mundo.
La trama de Díaz Ordaz para aplastar a los estudiantes
La ocasión de matar el movimiento estudiantil llegó la noche en que se celebraría un multitudinario mitin estudiantil el 2 octubre. El tiempo se agotaba para que Díaz Ordaz terminara con las protestas estudiantiles ante la inminente inauguración de las Olimpiadas el 12 de octubre.
Los manifestantes, mezclados con civiles ajenos a las protestas así como residentes de la unidad habitacional que rodeaba la plaza, fueron emboscados por fuerzas de seguridad vestidas de civil y el ejército. Después se supo que los agentes gentes provocadores pertenecían a un grupo llamado “Batallón Olimpia”, un escuadrón paramilitar entrenado por el gobierno.
Poco después de las seis de la tarde, estos agentes dispararon en contra la multitud, provocando que los soldados abrieran fuego con ametralladoras. La gente intentaba huir desesperada.
Tras la brutal represión del gobierno de Díaz Ordaz, la cifra de muertos fue minimizada por las autoridades, que además montaron una trama inverosímil que urdió que los soldados que habían arribado a la gran y última manifestación de aquel movimiento juvenil habían sido atacados por francotiradores. Según el mandatario mexicano, los soldados habían respondido al ataque, causando la muerte de estudiantes y civiles inocentes.
Los medios de comunicación fueron acallados o comprados. La orden gubernamental era ignorar lo sucedido y concentrarse en la celebración de los juegos. El Comité Olímpico Internacional dio luz verde al comienzo de los juegos, y estos se celebraron como estaban programados.
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