(Ciudad de México) — La aparición de Coyolxauhqui, el monolito de la diosa mexica de la luna en 1978, fue el preámbulo para la excavación masiva de las ruinas del Templo Mayor.
El de la piedra Coyolxauhqui fue en sí mismo un hallazgo arqueológico sorprendente que causó sensación a finales de la década de los años 70s. No obstante, su descubrimiento fue más allá de ser un simple encuentro con otro objeto del pasado al que los mexicanos estaban más o menos habituados, más recientemente en los años en que se llevó a cabo la construcción del tren subterráneo conocido como Metro.
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La gran piedra de la diosa lunar del panteón mexica llegó así a convertirse en el parteaguas de la arqueología urbana en la Ciudad de México, y significó la apertura del camino para el reencuentro final —después de siglos— con la estructura religiosa más importante y de mayores dimensiones arquitectónicas del mundo de la gran Tenochtitlán.
Así, el monolito descorrió el velo para el advenimiento de uno de los más grandes trabajos arqueológicos urbanos, el Proyecto del Templo Mayor. En palabras del destacado arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma, se tuvo la “oportunidad casi única, de romper la gruesa capa de concreto que cubre la ciudad, y asomarnos a la ventana del tiempo a través de la arqueología, para recuperar el tiempo ya ido…”
Los mexicanos de las últimas tres décadas han vivido, gracias a la excavación de las ruinas del Templo Mayor, una época privilegiada al poder rescatar algunas piezas de un gran rompecabezas cultural que ha reafirmado su rica identidad histórica.
Los constantes descubrimientos, como el del monolito Tlaltecuhtli en Octubre de 2006, o la reciente aparición de una plataforma circular en las inmediaciones del Templo Mayor en octubre de 2011 —hallazgos producto de los continuos trabajos del Programa de Arqueología Urbana— son sólo muestras de la revolución arqueológica propiciada por el encuentro del monolito Coyolxauhqui hace más de 30 años.
En ese contexto de obras continuas de excavación en lo que fuera el centro ceremonial de los aztecas, el futuro cercano augura no solamente más hallazgos sorprendentes, sino una idea más avanzada y precisa de lo que fue parte de la gran Tenochtitlán.
¿Qué es la Coyolxauhqui?
En la forma más simple de explicarlo, Coyolxauhqui representaba a la luna, esto es, al satélite natural de la tierra. Su origen parte de un ritual que requiere más estudio y un buen entendimiento del simbolismo mexica, así como de otras deidades.
Al observar la naturaleza y los astros celestes, los mexicas percibían al sol (representado por Huitzilopochtli, dios de la guerra) como a un dios que les proporcionaba la luz. Al llegar la noche, percibían a la luna como una “diosa” antagónica que en sus diferentes fases: luna nueva, cuarto creciente, luna llena, y cuarto menguante, se “partía”, “descuartizaba”, o “desmembraba” a causa de la luz solar.
De esta manera, el sol (Huitzilopochtli) descuartizaba como “castigo” a la luna (Coyolxauhqui) por tratar de “matar” a la tierra (representada por Coatlicue, madre de los dioses y de la tierra). En la noche como es natural, el sol desaparecía del firmamento de los aztecas, retirando sus dones vitales, y por ende, intentando “matar” a la tierra, a la que los mexicas veían como “madre” de la que salían al nacer y volvían al morir. Por ser todos astros celestes, los mexicas “emparentaron” a Huitzilopochtli y Coyolxauhqui como hermanos entre sí, y ambos como hijos de Coatlicue.
Nosotros sabemos que los aspectos cambiantes de la luna corresponden a los ciclos del movimiento de traslación de la misma, y los del mismo planeta tierra, así como su relación de posición con el sol.
Los mexicas deificaron o le dieron carácter divino a los elementos de la naturaleza porque reconocían el beneficio que estos representaban para su bienestar. Temían y trataban de complacer a elementos como la lluvia y la luz solar, pues estaban ciertos que estos producían el desarrollo y el crecimiento de las plantas, por ejemplo. Los antiguos mexicas no tenían el conocimiento ahora disponible acerca de los efectos que produce el sol en ciertos organismos vivos por medio de la fotosíntesis, pero veían esos efectos, y de ahí la veneración a Tláloc y Huitzilopochtli, entre otros.
Coyolxauhqui, así, está esencialmente ligada a la mitología mexica o azteca. Su nombre significa “cara pintada con cascabeles” y representa a la diosa mexica lunar.
Mitológicamente, Coyolxauhqui es hija de Coatlicue. La representación hecha por los mexicas en sus esculturas es la de una mujer descuartizada o desmembrada. Su hermano Huitzilopochtli es a quien se responsabiliza de su desmembramiento en base a un elaborado mito.
Características del monolito de Coyolxauhqui
Diámetro: Entre 3.04 y 3.25 metros (9.98 y 10.67 pies)
Espesor: 30 centímetros (11.8 pulgadas)
Peso: 8 toneladas (16 mil libras)
Forma y material: El monolito es una masa semicircular hecha con roca volcánica clasificada como andesita de lamprobolita de color rosa claro.
¿Cómo fue hallado el monolito de Coyolxauhqui?
El monolito de Coyolxauhqui fue encontrado en la madrugada del 22 de febrero de 1978 por Mario Alberto Espejel Pérez, empleado de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, mientras él y otros trabajadores cavaban una zanja en la esquina de las calles de Guatemala y Argentina, en el Centro Histórico la Ciudad de México, a un lado del Zócalo. La revista National Geographic en su edición en inglés de diciembre de 1980, cita a Espejel Pérez de la siguiente manera: “Mi pala pegó en algo duro, una piedra. Limpié algo de tierra con mi guante —así— y vi que la piedra era rojiza y que estaba labrada en relieve. Le hablé a mi compañero Jorge, y quitamos más tierra. No sabíamos lo que habíamos encontrado, pero lo reportamos a nuestro jefe de grupo y los ingenieros… Cuando se estaba construyendo el Metro, los periódicos hablaban de muchos descubrimientos del tiempo de los aztecas. Y claro, en la escuela, mis maestros hablaban mucho de esas cosas”.
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