Antiamericanismo mexicano durante la Guerra Fría y las protestas estudiantiles de 1968

En 1968, los estudiantes desafiaron al gobierno de México realizando varias en las calles marchas en las que portaban carteles y pancartas con imágenes de figuras icónicas que habían desafiado a l imperialismo, como Ernesto” “Che” Guevara”, muerto en Bolivia en 1967 por fuerzas estadounidenses. La imagen corresponde a una marcha el 13 de agosto de 1968 convocada por el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Foto: Gobierno del Distrito Federal
En 1968, los estudiantes desafiaron al gobierno de México realizando varias en las calles marchas en las que portaban carteles y pancartas con imágenes de figuras icónicas que habían desafiado a l imperialismo, como Ernesto” “Che” Guevara”, muerto en Bolivia en 1967 por fuerzas estadounidenses. La imagen corresponde a una marcha el 13 de agosto de 1968 convocada por el Consejo Nacional de Huelga (CNH). Foto: Gobierno del Distrito Federal

El presente ensayo titulado La Carnavalización de la Guerra Fría: México, la Revolución Mexicana y los acontecimientos de 1968 por Julia Sloan, profesora asistente de Ciencias Sociales e Historia, es la versión traducida al español del original en inglés Carnivalizing the Cold War: Mexico, the Mexican Revolution, and the Events of 1968. Barriozona Magazine publica este ensayo en cinco partes y ligeramente adaptado para este formato digital. En la parte inferior de cada una de las cinco partes se proporciona más información sobre el ensayo original en inglés y su autora, así como notas del traductor. En la tercera parte la autora discute en antiamericanismo mexicano.

Parte 1  •  Parte 2  •   Parte 3  • Parte 5

•  Parte  4  •
El contexto de las relaciones México-Estados Unidos

Una tercera explicación de la convergencia del nacionalismo revolucionario y la Guerra Fría se encuentra en la larga historia de las relaciones de México con Estados Unidos. En cuanto a la diplomacia, los políticos de ambos lados de la frontera entre Estados Unidos y México habían reconocido desde hace mucho tiempo la importancia y la complejidad de la relación entre sus dos naciones. Con un pasado colonial compartido y luchas reñidas por la independencia nacional, la doctrina del panamericanismo había encontrado muchos adeptos a finales del siglo XIX y principios del XX en ambos países. Sin embargo, a medida que se aclaraba la naturaleza de la condición de dependencia de México en relación con Estados Unidos, y a medida que México se veía envuelto en una revolución en la que esa dependencia sería un tema clave, la relación entre los dos vecinos se volvió más compleja. Las relaciones cordiales percibidas con los Estados Unidos se convirtieron en una carga política para los funcionarios mexicanos en el país, pero una necesidad virtual en el extranjero. Militarmente, Estados Unidos dominaba a México, Estados Unidos era el socio comercial más importante de México y una larga historia de migración transfronteriza dejó las poblaciones y los intereses de las dos naciones inexorablemente entrelazados.

Durante la Revolución de 1910, el antiamericanismo se convirtió en un sello distintivo del nacionalismo mexicano cuando los militantes atacaron las inversiones estadounidenses y extranjeras y las nuevas leyes reforzaron el control del país sobre sus recursos naturales e industrias clave. La expropiación de propiedad estadounidense, la afirmación de los derechos del subsuelo y las limitaciones a la propiedad extranjera enmarcaron la participación extranjera en México como una amenaza a los principios revolucionarios. Las reformas agrarias y laborales, tan centrales para la ideología revolucionaria de 1910, estuvieron sustancialmente ligadas al antiamericanismo, ya que los gobiernos posrevolucionarios tomaron tierras de propietarios extranjeros y las distribuyeron a los campesinos y las nuevas leyes laborales protegieron a los trabajadores de la explotación que habían sufrido anteriormente. También fue políticamente conveniente para el nuevo partido gobernante, que enmarcó el nacionalismo económico junto con la reforma agraria y laboral como la tercera pata de la revolución institucionalizada.

Cuando la Guerra Fría estaba en su infancia, el antiamericanismo mexicano evolucionó de cuestiones de expropiación, propiedad de la tierra y tratamiento del trabajo a cuestiones más amplias de soberanía nacional, nacionalismo económico y antiimperialismo. En la década de 1960, para el pueblo del frente popular y las organizaciones comunistas, “el principal enemigo fue nuevamente el imperialismo, reducido a su expresión más elemental, el gobierno de los Estados Unidos”.²² Entre la población mexicana en su conjunto, la mayoría de la gente estaba a favor de permanecer neutrales durante la Guerra Fría.²³ Cuando los estudiantes enfrentaron a su gobierno en 1968, la relación de este último con Estados Unidos fue de vital importancia. El antiamericanismo había ocupado un lugar destacado en el nacionalismo revolucionario mexicano desde los días de la propia Revolución, pero ese sentimiento había ido y venido a lo largo del medio siglo intermedio. Episodios como la expropiación del petróleo en 1938 y la nacionalización de la red eléctrica en 1958 provocaron oleadas de antiamericanismo, al igual que la Revolución cubana, la invasión de Bahía de Cochinos y la muerte del Che Guevara. Como sugieren los últimos tres puntos, la crítica popular a Estados Unidos, sus políticas y todo lo que representaba fue en aumento en la década de 1960, y fue bastante visible en el movimiento estudiantil de 1968.

Un cartel popular con la imagen de Ernesto “Che” Guevara creado por estudiantes de la Escuela de Arte Popular de la Universidad Autónoma de Puebla, con el título “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo”. Durante el movimiento estudiantil de 1968 en México, los estudiantes usaban imágenes de hombres revolucionarios como Guevara como un símbolo de unidad contra la dominación de Estados Unidos.
Un cartel popular con la imagen de Ernesto “Che” Guevara creado por estudiantes de la Escuela de Arte Popular de la Universidad Autónoma de Puebla, con el título “Toda nuestra acción es un grito de guerra contra el imperialismo”. Durante el movimiento estudiantil de 1968 en México, los estudiantes usaban imágenes de hombres revolucionarios como Guevara como un símbolo de unidad contra la dominación de Estados Unidos.

Más allá de la culpa de Estados Unidos por la fallida invasión de Cuba y la complicidad en la muerte del Che Guevara, una crítica más generalizada del lugar sistémico de Estados Unidos en el mundo se había afianzado en México en la década de 1960. Los mexicanos, particularmente los de la izquierda política, resintieron el dominio estadounidense en los asuntos globales y la influencia en México.²⁴ Así, la tensión profundamente arraigada del antiamericanismo en el discurso político mexicano adquirió un nuevo significado durante la Guerra Fría. Cuando los estudiantes desafiaron a su gobierno en 1968, un ejemplo de la “primacía del contexto sobre el texto” proviene de las propias marchas de los estudiantes y su tendencia a hacer referencias al Che Guevara, Ho Chi Minh y Mao Tse-Tung en sus carteles, pancartas y cánticos. El Che fue una figura icónica en toda América Latina, particularmente después de su muerte a manos de las fuerzas estadounidenses en Bolivia el año anterior. Ho Chi Minh y Mao Zedong fueron igualmente simbólicos, pero quizás menos entendidos en México. Así, cuando los estudiantes portaban fotografías del Che Guevara y cantaban Mao-Mao-Mao-Tse-Tung mientras marchaban por las calles de la Ciudad de México durante sus protestas, el contexto de estas figuras era mucho más importante que los textos de sus vidas y sus ideologías. Estos hombres fueron símbolos de desafío, independencia y resistencia, en el caso del Che y Ho Chi Minh, contra Estados Unidos. Cuando los estudiantes se referían a ellos, el mensaje no era de solidaridad ideológica con el comunismo cubano, vietnamita o chino, sino de unidad en la lucha contra la dominación.

Decenas de miles de jóvenes mexicanos participaron en mítines y marchas en el verano y otoño de 1968, y aunque ciertamente una parte de ellos conocía y estaba de acuerdo con los textos ideológicos de estos revolucionarios, la gran mayoría simplemente sabía que eran revolucionarios. Y ser un revolucionario en México, durante décadas, se había considerado favorablemente como un avance en la causa de los oprimidos, luchando por la independencia y haciendo frente a potencias imperialistas como Estados Unidos. Así, la importancia de estas figuras y el uso de sus imágenes y nombres en las protestas de 1968 no radica en su valor como texto, sino como contexto. Los estudiantes los elogiaron por rebelarse contra el status quo dominado por Estados Unidos, afirmando su independencia de la dominación estadounidense y defendiendo a los débiles frente a la fuerza estadounidense.²⁵

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—Texto traducido del inglés por Eduardo Barraza

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