La pobreza exige, dijo mi abuelo, reflexionando en su decisión de migrar a los Estados Unidos. De niño no tenía zapatos y andaba descalzo en su pueblo de Zoogocho en la Sierra Norte de Oaxaca. Su idioma materno no era el español sino una lengua indígena, el zapoteco. Mi abuelo estudió sólo hasta el tercer grado de primaria, pese a esto y su escaso dominio del español tuvo la necesidad de trabajar desde muy chico para ayudar a su madre.
En 1970 decidió salir de su tierra natal, enclavada en la sierra, y emigrar a los Estados Unidos en busca de suficiente dinero para poderse comprar dos vacas, y regresar a su pueblo a trabajar con ellas. Al tratar dos veces de cruzar la frontera y fallar, el señor que lo acompañaba le dijo: —Estás salado, mejor vete solo —y lo abandonó a su suerte en la ciudad desconocida de Tijuana. A pesar de que no conocía a nadie en Tijuana, ni hablaba bien el español, mi abuelo no se dejó derrotar, él encontró trabajo y logró ahorrar. Sin ayuda y con sólo la ropa que tenía en su espalda regresó a la Ciudad de México a buscar a su primo, quien lo ayudó a conseguir trabajo. Mi abuelo ahorró suficiente dinero para otra vez emprender su viaje en búsqueda del sueño estadounidense.
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Esta vez sí logró cruzar la frontera y llegó a casa de su cuñada, quien le brindó la mano. Sin embargo, al mes, debido a los celos y alcoholismo del esposo de ella, mi abuelo no pudo estar más tiempo con ellos y le pidieron que se fuera. Para mi abuelo esto fue una gran tristeza ya que esto significaba la soledad completa, pues su esposa y sus hijos seguían en Oaxaca; aún no los podía traer debido a sus limitaciones económicas. Él se preguntaba, ¿habrá un día que me pueda reunir con mi mujer, mis dos hijos, ahora que voy lejos de mis paisanos oaxaqueños? Irse a vivir con alguien completamente desconocido, que hablaba un idioma diferente y tenía una cultura diferente era fatal para él. Ignoraba que su cuñada comprendía su situación, ya que ella se vio en la misma situación al ser una zapoteca migrante monolingüe que años atrás había pasado por lo mismo. Ella mandó pagar todos los gastos del coyote para que finalmente pudiera venir mi abuelita Rufina, y de esa manera se reunieran mis abuelos.
La misma cuñada lo ayudó a conseguir dónde vivir, con una pareja estadounidense de apellido Herman. Este señor ayudó mucho a mi abuelo, fue una gran influencia en su vida. Lo dejó vivir gratis un año, lo motivó a estudiar el inglés, de esta manera mi abuelo pasó de ser monolingüe a bilingüe en zapoteco e inglés Herman también lo ayudó económicamente. Mi abuelo usó esta educación para trabajar en una fábrica, en la cual empezó siendo barrendero. Después fue encargado de empacar, desempacar, cerrar, abrir y manejar de un lugar a otro. Él trabajó en este lugar por un periodo de nueve años, con un sueldo mínimo y sabiendo que no iba a poder sostener una familia que iba creciendo. Por eso tomó la decisión de cambiar de trabajo y comenzó a trabajar como jardinero con un hombre asiático; allí fue que decidió establecer su propia ruta de jardinería. Ahorró su cheque y pidió prestado, y con mucho esfuerzo pudo formar su propia ruta de jardinería. Este negocio empezó pequeño, pero luego se expandió y obtuvo suficiente dinero para no sólo sostener a su familia, pero también para comprar una casa.
Por este tiempo mi abuelo arregló su estatus migratorio y pudo solicitar residencia legal para sus dos hijos, que había dejado al cuidado de su mamá en su tierra natal. Mi papá era uno de estos dos hijos.
Mi papá llegó a Los Ángeles con una lluvia de cuetes [cohetes] el 4 de julio de 1978. Al igual que mi abuelo, mi padre tenía como idioma principal el zapoteco, hablaba el español más básico. Para mí, para papá fue traumática la llegada a un país tan diverso como Estados Unidos, y en especial a una ciudad donde el contacto con la naturaleza era mínimo y donde sentía que no había libertad. Él ingresó a estudiar el sexto grado, pero dice que fue muy difícil para él. Primero, porque no dominaba el español; segundo, porque era un hábitat completamente distinto al ambiente donde vivía en la sierra; tercero, porque era enfrentarse a diferentes costumbres del resto de los mexicanos; y cuarto, pues, tenía que adaptarse a otro idioma totalmente desconocido. Todo esto limitaba su aprendizaje y avance académico.
Al llegar a la primaria se sintió discriminado por no saber hablar el inglés y el español. Los niños se burlaban de él y era constante víctima de chistes racistas y discriminatorios de los mexicano-estadounidenses y de sus propios connacionales mexicanos, así como de los anglosajones. Se sentía aislado. Esto lo orilló a decirles a los directores de la escuela que la lengua que se hablaba en su casa era el inglés. Con esto él fue colocado en clases totalmente en inglés, lo cual atrasaba más su avance académico; pero todo lo hizo para dejar de sentirse hostigado.
Sus problemas en High School se fueron incrementado por la falta de conocimiento y entendimiento de la gramática del inglés, por lo cual se desilusionó y se involucró en pandillas, pues de esta manera tenía una identidad para verse fuerte y que ya no lo molestaran; pensaba que así los niños le tendrían miedo y ya no se burlarían de él. Finalmente, debido a la limitante de ambos idiomas europeos tampoco fue aceptado, pues era mexicano e indígena, pero no chicano, y nuevamente fue excluido y entonces optó por abandonar la escuela en el onceavo grado.
Debido a nuestras costumbres indígenas uno debe de tener una vida útil, y mi abuelo, fiel creyente de sus tradiciones, dijo que si no iba a estudiar que se pusiera a trabajar ya que él no iba a mantener un hijo flojo y pandillero, que el indígena trabaja para comer y no se da por vencido ante ninguna situación. Esta actitud del abuelo Ricardo hizo que mi papá trabajara con mi abuelo en el negocio familiar de jardinería. Después de trabajar por quince años con mi abuelo adquirió las herramientas necesarias para iniciar su propio negocio. Él empezó de la nada, pues no tenía ahorros, y tuvo que pedir dinero prestado a familiares y amigos. Pero gracias a su dedicación, amor y entrega, su ruta de jardinería, que empezó con unas cuantas casas, se ha ido incrementando día a día. Debido a la solicitud de sus clientes para decorar mejor sus jardines, él decidió tomar diferentes cursos que lo han ayudado a perfeccionar su trabajo. Actualmente su trabajo se ha extendido no sólo a jardinería, sino también al diseño de jardines y a algunos trabajos de construcción.
Cabe mencionar que fue gracias al gran espíritu de superación, que por herencia tenemos los indígenas, que mi abuelo excedió por mucho su sueño de comprar dos vacas y regresar a México, pues logró comprar su casa en Los Ángeles, construyó una casa en la Ciudad de México, y construyó otra casa en su pueblo natal. Asimismo, sus experiencias se van reflejando en nuestra familia. Por ejemplo, se manifiesta en la vida de mi papá, que también ha logrado sus metas, y ahora se manifiestan en mi persona, pues mi meta es lograr culminar una carrera universitaria, ya que estoy segura que si mi abuelo y mi papá hubieran tenido las oportunidades mías, ellos también lo hubieran hecho. Los esfuerzos de mi abuelo y de mi padre influyen en mi vida, me siento motivada por su espíritu de superación y triunfo, y espero que sea esto lo que me ayude, junto con mi arduo esfuerzo, a alcanzar mis metas.
Autora: Janet Martínez (Zapoteca)
Categoría 12 a 20 años, Estados Unidos
Noviembre de 2006
Esta historia ganadora del Primer Concurso de Historias de Migrantes México-Estados Unidos organizado por el Consejo Nacional de Población (CONAPO) de México.
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