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El monolito prehispánico, cuyas dimensiones actualmente visibles son de 4 por 3.5 metros, y 12 mil 350 kilos de peso, aproximadamente, está mayormente enterrado. En octubre 12, diez días después de su descubrimiento, los especialistas del Programa de Arqueología Urbana (PAU) anunciaron que el bloque de piedra tiene por lo menos cuatro fracturas, y también que ellos notaron que está completamente labrado en sus lados. De acuerdo a la información divulgada por el PAU, la gran piedra corresponde al periodo de Moctezuma I (también conocido como Moctezuma Ilhuicamina,) sexto tlatoani azteca (el tlatoani regía el gobierno, el ejército, y era el gran sacerdote) cuyo periodo se extendió de 1440 a 1469. Por tanto, el monolito pudo haber sido creado hace aproximadamente 450 a 500 años, y fue hecho de piedra, y muestra un relleno con piedras y arcilla.
El descubrimiento del altar no viene como una sorpresa, ya que las sorpresas han sido la regla en vez de la excepción dentro del marco del Proyecto del Templo Mayor. Los aztecas eran un pueblo profundamente religioso, una religiosidad reflejada en sus obras monumentales, particularmente la del Templo Mayor, el cual era el punto medular de su vida espiritual, y también la edificación más grande de su capital, Tenochtitlan. Terriblemente perturbados con los sangrientos sacrificios humanos que ahí tenían lugar, los conquistadores españoles encabezados por Hernán Cortés, destruyeron la mayor parte del templo, derribaron los ídolos, y procedieron a arrasar la ciudad en 1521.
Descubrimientos arqueológicos contemporáneos han evidenciado que la destrucción perpetrada no fue sistemática, sino más concerniente con borrar creencias y costumbres nativas, y con reemplazar o esconder símbolos y estructuras como una forma de imponer los sistemas españoles políticos, religiosos, y sociales. Nuevos edificios fueron erigidos sobre estructuras aztecas semidestruidas. Mucho se perdió, pero Cortés, su ejército, y los aztecas esclavizados, dentro de un nuevo y total contexto de dominio y conquista, y en un dramático cambio en el estatus quo, dejaron muchos remanentes enterrados bajo los nuevos edificios de lo que llegó a ser la Nueva España. Muchos vestigios de la grandeza azteca permanecerían escondidos bajo las calles de una nueva sociedad. La Ciudad de México de hoy está construida sobre las ruinas de Tenochtitlan.
Álvaro Barrera Rivera, supervisor del Programa de Arqueología Urbana del Proyecto del Templo Mayor, citó un hecho importante el 14 de octubre, apuntando que “se hizo alguna excavación en la época prehispánica, precisamente a finales de la Etapa VII (1502-1521) en la que se encuentra la escultura, de ahí que ésta se colocó a manera de tapa del socavón. Lo más probable es que se depositó algo y ya sobre la pieza se colocó el piso; es decir que antes del contacto con los españoles, ni los mismos mexicas veían la escultura debido a que nunca estuvo expuesta. Después de la Conquista tampoco se logró ver, por eso llegó hasta nuestros días,” – concluyó Barrera.
Relevantes hallazgos arqueológicos de Tenochtitlan se hicieron durante la construcción masiva del tren subterráneo, conocido como Metro, cuya primera fase se completó entre junio de 1967 y noviembre de 1970. La excavación del sitio exacto del Templo Mayor se organizó ocho años más tarde, en 1978, después de que un trabajador de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, llamado Mario Alberto Espejel Pérez, que cavaba una zanja y pegó accidentalmente con su pala en lo que notó era una piedra labrada. Él sabía que durante la primera fase de la construcción del tren subterráneo, muchos descubrimientos de la era de los aztecas habían salido a la luz, pero al mismo tiempo ignoraba el significado de lo que él ayudó a desatar cuando encontró la piedra tallada. Este monolito decorado en relieve resultó ser la piedra Coyolxauhqui. El descubrimiento de este extraordinario monumento llevó a la excavación a gran escala del Templo Mayor.
Desde la recuperación de Coyolxauhqui, el trabajo arqueológico continuo en y alrededor del área del templo llegó a ser una escena cotidiana en el centro de la Ciudad de México. La magnitud del altar recién descubierto enfrente del Templo Mayor ha traído una emoción no vista en casi tres décadas, paralelo al entusiasmo que el surgimiento de la piedra de la diosa de la luna –Coyolxauhqui– levantó 28 años atrás. Los detalles completos del nuevo monolito descubierto aún están por venir, pero en base en lo que ellos ya pueden ver y saben, los especialistas auguran otro gran avance para aprender y confirmar aspectos ceremoniales de la vida azteca, costumbres sociales y creencias espirituales.
Si lo que Álvaro Barrera supone es confirmado, es muy probable que los conquistadores españoles no hayan visto el monolito, lo cual hipotéticamente pudo haber prevenido su destrucción. ¿Existe una ligera posibilidad de que los aztecas mismos deliberadamente lo hubieran escondido de los extranjeros? El tiempo y el trabajo arqueológico seguramente revelarán la verdad. De cualquier modo, es una verdad que Cortés y sus soldados pensaron que al enterrar y esconder debajo del emergente reino de la Nueva España, los vestigios de los aztecas se perderían para siempre. En su disposición destructiva-constructiva, ellos anunciaron el ocaso de una tribu salvaje y temida, y el amanecer de su propio dominio.
Escondiendo los símbolos del esplendor azteca debajo de una serie de solares y de otros sitios en donde ellos y sus descendientes construirían sus lujosos castillos y casas, probablemente consideraron esa una casi perfecta conquista, en donde no mucha evidencia de su aniquilación sería dejada. Como si fuera algo destinado, y precisamente en uno de esos solares, un terremoto ocurrido hace 21 años, causó la demolición de la casa ahí situada. Este evento fortuito cedió el espacio y el tiempo para el surgimiento de un inesperado monolito. Hoy, rescatada de su insospechada existencia y con su fría inercia, esta monumental piedra habla de la grandeza y derrota de un pueblo admirable y temido. Volver a la primera página →
*Información disponible acerca de la historia de la “Casa de las Ajaracas”, es de Manuel Velázquez.
** El reconocido arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma, coordinador del PAU, declaró que después de una conversación que él tuvo con el también arqueólogo Leonardo López Luján, en referencia a la posible identidad de la deidad, “apuntaba a que podría ser una imagen de Tlaltecuhtli, señor de la tierra en el panteón mexica”.
Los trabajos de rescate del monolito, a cargo del PAU, se llevan a cabo por los arqueólogos Alicia Islas Domínguez, Gabino López Arenas, Alberto Diez Barroso y Ulises Lina Hernández, e incluyen a un equipo interdisciplinario conformado por biólogos, geólogos, restauradores, topógrafos, dibujantes, antropólogos físicos y, por supuesto, arqueólogos. También se cuenta con la colaboración de los doctores Alfredo López Austin y Leonardo López Luján.
Este artículo fue preparado usando información proveída por Sam. L Bravo del INAH/Medios, así como también otras fuentes tales como revistas y libros de la biblioteca personal del autor.
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