Hace más de un siglo, los artistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros convirtieron el muralismo en un arma política, mientras que José Guadalupe Posada hizo lo mismo con el arte del grabado.
A través de murales y grabados, moldearon la conciencia colectiva, educaron, provocaron y unificaron a un México posrevolucionario. Su obra no fue solo expresión estética, sino una estrategia de intervención en el espacio público, donde el arte funcionaba como un medio de comunicación masiva.
Pero en una era donde el activismo se propaga en publicaciones virales en las redes sociales, arte generado por inteligencia artificial e instalaciones inmersivas, ¿cómo se traduce hoy su legado? Si el muralismo alguna vez fue el altavoz del pueblo, ¿sigue siendo relevante hoy o la crítica social ha evolucionado en formas completamente distintas?
Las calaveras de Posada: los primeros memes políticos
José Guadalupe Posada, el grabador detrás de las calaveras más icónicas de México, nunca vio su obra plasmada en los muros del gobierno como Rivera y otros muralistas. Sus ilustraciones circularon masivamente en periódicos y panfletos, denunciando la corrupción política y la desigualdad con un humor negro que hacía digerible la crítica. Sus esqueletos no eran simples figuras festivas; eran alegorías visuales que desmontaban el poder y exponían su fragilidad.
Un siglo después, su enfoque se siente extrañamente actual: sus grabados funcionaban como los memes políticos de hoy, usando la sátira y la exageración para cuestionar el poder.
Si Posada viviera hoy, ¿seguiría recurriendo a la imprenta tradicional o animaría reels satíricos en Instagram? ¿Sus calaveras adoptarían la forma de deepfakes generados por IA para exhibir la hipocresía política? ¿Utilizaría la viralidad de las redes sociales para alcanzar la misma audiencia masiva que antes lograba con papel y tinta? Su legado nos recuerda que el arte político no necesita un muro, sino un público. Y hoy en día, ese público consume contenido en ráfagas fugaces, mediadas por algoritmos, más que en imágenes estáticas.

Las grandes narrativas de Rivera en una era fragmentada
Diego Rivera pintó frescos monumentales financiados por el Estado, donde presentaba la historia de México como una lucha lineal y heroica. Sus murales narraban la Revolución, la industrialización y el pasado indígena como un relato único e incuestionable. En su época, estas obras no solo eran expresión artística, sino instrumentos de construcción de identidad nacional.
Pero en el paisaje mediático actual, donde TikTok y otras plataformas reescriben la historia en tiempo real, ¿siguen resonando las narrativas monolíticas? La confianza en relatos únicos se ha erosionado, dando paso a un discurso más descentralizado, donde múltiples voces desafían las versiones oficiales.
Los murales de Rivera fueron eficaces cuando el Estado controlaba la información, pero en la actualidad, el público desconfía de las narrativas hegemónicas y exige relatos más inclusivos y decoloniales. Si Rivera trabajara hoy, quizás se vería envuelto en debates por sus representaciones idealizadas de los trabajadores o su mirada paternalista hacia las comunidades indígenas. ¿Abandonaría el fresco por murales de realidad aumentada que cambiaran según la identidad del espectador? ¿Seguiría pintando muros o diseñaría instalaciones digitales interactivas que respondieran a los movimientos sociales en tiempo real?
Orozco y la verdad incómoda en la era de los algoritmos
José Clemente Orozco rechazó tanto la propaganda estatal como la idealización de la Revolución. A diferencia de Rivera, su obra no celebraba victorias; advertía sobre el fanatismo, la violencia y las traiciones del poder. Sus murales eran un espejo cruel de la historia, incomodaban y exigían reflexión.
Hoy, cuando los discursos ideológicos se radicalizan en burbujas algorítmicas, la crudeza de Orozco sigue siendo necesaria. Si viviera hoy, ¿cómo representaría un mundo donde las redes sociales amplifican la indignación, pero a menudo eliminan la complejidad del debate? ¿Denunciaría la radicalización digital? ¿Transformaría sus escenas bélicas en instalaciones de realidad virtual para confrontar al espectador con la brutalidad de la guerra?
O, por el contrario, ¿encontraría difícil conectar con un público que prefiere la comodidad de lo curado y filtrado, en vez del desafío de lo crudo e incómodo? En una época donde el consumo de información tiende a la evasión y la confirmación de sesgos, ¿seguiría teniendo impacto su mirada implacable?
El fuego experimental de Siqueiros frente a la precisión algorítmica de la IA
David Alfaro Siqueiros fue el más radical en técnica e ideología. Usó pistolas de pintura antes del auge del grafiti, incorporó materiales industriales y defendió un arte hecho por y para el pueblo. Sus murales eran dinámicos, agresivos, diseñados para envolver al espectador en un torbellino revolucionario.
Pero en hoy, la relación entre el arte y el control del discurso ha cambiado. La autoría artística ya no está en manos del individuo, sino que es constantemente desafiada por el auge del arte digital colectivo y la inteligencia artificial. El arte generado por IA, los tokens no fungibles (NFTs) y las plataformas descentralizadas han reconfigurado la noción de propiedad artística.
¿Siqueiros abrazaría la IA como una herramienta democratizadora o la vería como un producto del capitalismo que deshumaniza el arte? ¿Crearían sus murales digitales imágenes que cambiaran en tiempo real según el pulso de los movimientos sociales y la vigilancia estatal? Su espíritu experimental sugiere que no temería a los nuevos medios, pero ¿puede lo digital sustituir la fuerza física y envolvente de su obra monumental?

¿Sigue siendo el muralismo un motor de cambio social?
El arte público sigue vigente, pero los muros de la actualidad no son solo de concreto: son digitales, efímeros e interactivos. El muralismo continúa siendo un símbolo de resistencia, como lo demuestran las intervenciones urbanas del movimiento Black Lives Matter o el arte feminista en América Latina. Sin embargo, las imágenes políticas más efectivas de hoy se difunden en pantallas y evolucionan a la velocidad del flujo informativo.
Si Posada, Rivera, Orozco y Siqueiros fueran artistas en la actualidad, estarían explorando un mundo donde la protesta visual ocurre tanto en pixeles como en pigmento. ¿Optarían por el grafiti en realidad virtual, hackearían pantallas publicitarias corporativas o usarían IA para generar contenido viral contra el autoritarismo?
El muralismo nunca fue solo una cuestión estética; fue un medio de comunicación masiva. Y aunque las herramientas han cambiado, la necesidad de cuestionar el poder a través de la imagen sigue intacta. La pregunta no es si el muralismo sigue siendo relevante, sino si los artistas de hoy lograrán adaptar su esencia a un mundo donde los muros ya no son el único lienzo.
ENLACE EXTERNO → 100 años de muralismo en México
© 2025, Eduardo Barraza. All rights reserved.