(Phoenix, Arizona) — Encontrarse con personas que viven en la calle en ciudades grandes de Estados Unidos es la regla y nunca la excepción. El hombre o la mujer que ha hecho de la calle su vivienda siempre se aparece frente al transeúnte, al lado del auto del conductor, o la distancia en la forma de la silueta inconfundible de los residentes callejeros.
La imagen de una persona desaliñada ya sea caminando por la calle empujando un carrito de supermercado lleno de cosas, sentada en una cómoda silla dentro de una biblioteca pública, o sobre el duro suelo junto a la entrada de un restaurante de comida rápida, casi siempre provoca el comentario, da lugar a la crítica, mueve a la compasión o bien atiza el debate sobre la polarización de; tema de las personas sin hogar.
Los residentes callejeros son invariablemente el blanco de la política, las organizaciones caritativas, los servicios de salud, las agencias del orden, las iglesias, los albergues y los programas sociales del gobierno. La meta es retirarlos de las calles, ayudarlos, sanarlos, arrestarlos, alimentarlos o emplearlos.
En conjunto, todos estos actores sociales contribuyen de una manera u otra a ocuparse del problema que representa el más de medio millón de personas sin hogar que se estima existen en Estados Unidos.
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No obstante, este problema social no solo persiste, sino que se empeora, creando un reto que por un lado extiende una mano al habitante callejero y por otro combate su presencia en las calles.
Ninguna óptica desde donde se analice el tema es suficiente por sí misma para aportar ideas, plantear soluciones, promulgar leyes o proveer servicios. Por tanto, hacer frente al desafío de al menos reducir drásticamente la población de residentes callejeros, debe ser una tarea conjunta que debe contar con un elemento indispensable: la persona misma que vive en la calle.
Aunque hay patrones y perfiles que identifican las causas comunes por la que una persona termina viviendo en la vía pública, la historia de cada individuo es, desde luego, única y diferente, aunque se alinee siempre a modelos de conducta y circunstancias similares por las que seres humanos se convierten en residentes de las calles.
El problema de los sin hogar está directamente conectado a la situación personal de cada individuo al que en un momento dado le llega la noche sin tener a dónde ir o a quién recurrir. Las razones pueden ser múltiples pero el destino es el mismo, las calles como lugar de residencia.
De la misma manera que ninguna ley puede evitar que una persona cometa un crimen, ningún aparato social de ayuda a las personas sin hogar puede evitar que un hombre o mujer voluntariamente o involuntariamente se encuentre viviendo en la calle.
Quienes por cualquier razón viven en la vía pública nunca dejarán de ser una realidad visible y constante en países como Estados Unidos, y quizá las metas más ambiciosas se limiten a reducir su número, mantener su presencia en orden y tratar de devolver al mayor número posible de ellos a la seguridad de una vivienda.
Aún estos propósitos fundamentales son simples ideales ante uno de los problemas más difíciles de resolver para la sociedad estadounidense, ya que su origen se basa en la conducta y el libre albedrío de cada individuo que se ve orillado por cualquier circunstancia a vivir y permanecer en la calle.
En todo caso, la cuestión de los residentes callejeros es síntoma de un mal mayor que afecta a la sociedad estadounidense.
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