Carlo de Fornaro destacó como caricaturista en los medios impresos de Chicago y Nueva York, Estados Unidos. Ciudadano británico de origen ítalo-suizo, de Fornaro es el casi olvidado autor del libro México, tal cual es, publicado en 1909 con el título original en inglés de Díaz, czar of México. Ese mismo año se publicaría La sucesión presidencial de Francisco I. Madero.
El libro de de Fornaro fue objeto de censura y persecución por el régimen porfirista debido a la magistral denigración que su autor esgrime para desmitificar al exaltado presidente mexicano, ya en el ocaso de su forzada y prolongada dictadura.
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El también escritor llegó a México en 1906, en donde permaneció dos años, co-fundando “El Diario” en donde estuvo a cargo de la sección “El Diario Ilustrado”. A su regreso a EE.UU., de Fornaro es demandado por difamación a raíz de su obra en contra de Díaz, por parte del periodista Rafael Reyes Spíndola -hombre al servicio del gobierno de Díaz- por lo cual de Fornaro es sentenciado a un año de prisión, hecho que es condenado como un atentado a la libertad de expresión.
Tanto la prensa oficial mexicana como la norteamericana servían los intereses de la dictadura debido a las muchas concesiones otorgadas.
A continuación se presenta un capítulo del libro original (1909) titulado “¿Qué clase de persona es Porfirio Díaz?”, tomado de los archivos públicos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.
“¿Qué clase de persona es Porfirio Díaz?”
La admiración oficial y el servilismo, la adulación y algunas veces el elogio bien intencionado, y, sobre todo, la ignorancia extranjera han contribuido a la formación de una asombrosa leyenda, a la creación de un mito sorprendente alrededor de este individuo, hasta el punto de que aparezca como iconoclasta todo aquel que intente hacer un análisis concienzudo de semejante personalidad.
Le han puesto la etiqueta de el más grande de los estadistas modernos; más eminente que Bismarck; superior desde el punto de vista militar a Alejandro, César y Bonaparte; más trascendental que Washington y que Lincoln; más puro en su patriotismo que Mazzini ó Garibaldi; diplomático más sutil que León XIII ó que Talleyrand; tan divino como Cristo, Buda y Sri Krishna, y se le ha llamado lo más grande que existe entre el Amazonas y los Andes (sic).
En 1899 dos periodistas latinoamericanos tuvieron una discusión sobre qué despertaría más intensamente la atención pública, si la noticia de un gran descubrimiento científico, ó un elogio de algún gran hombre. Para hacer la prueba, uno de ellos publicó la nueva de un maravilloso descubrimiento relativo al cultivo de la caña de azúcar, y el otro publicó una entrevista con Tolstoi, haciendo el panegírico de Porfirio Díaz. Ambas fueron ficciones cortadas de la misma pieza de paño. La primera pasó inadvertida, pero la segunda fue reproducida por todos los periódicos del país y fue citada en una obra sobre la vida de Porfirio Díaz como poderoso argumento para su continuación en el poder.
Para un hombre honrado, todas estas adulaciones promiscuas, mentidas y groseras son nauseabundas; para un hombre humorístico son idiotas; para una persona inteligente sólo prueban la pequeñez del calibre mental de Porfirio Díaz y de sus sicofantes [impostores].
El presidente por fuera
Físicamente, este hombre providencial ha sido dotado por la naturaleza con una perfección casi sobrehumana, y ha cultivado ese don con una actividad laboriosa y persistente. Hasta la edad de 37 años peleó casi sin tregua, convirtiendo en acero sus músculos, fortaleciendo su constitución por medio de un método de vida vigoroso, sobrio y casto. Sus progenitores indios le dieron la pulpa, sus progenitores españoles la capacidad cerebral.
De mediana estatura, parece alto gracias a la excelente proporción de sus miembros. Los pies y las manos son grandes; su gesticulación es mesurada y calmosa. La frente es baja, oblicua é inintelectual; los ojos como cuentas, penetrantes, algunas veces bondadosos y festivos, siempre observadores y suspicaces. La nariz deformada por ser las ventanillas demasiado dilatadas en forma de arco, como las amplias de un caballo que resopla después de la carrera. La barba ancha, con poderosas mandíbulas macizas y articuladas como un molino de tortillas; las orejas grandes, afeadas por los largos lóbulos, característica de hombres y de razas destinados a la longevidad. El pelo y el bigote blancos; el cutis claro, salpicado de rojas manchas hécticas.
Compárese esta descripción con cualquiera de sus retratos de cuando tenía 37 años, ó de menos edad aún, y se verá que la transformación ha sido maravillosa, casi increíble. Las fotografías ó daguerrotipos de esos tiempos lo presentan como un tipo común, brutal, casi criminal. Los mechones hirsutos [ásperos] de cabellos negros, el ralo y caído bigote y la más rala perilla, y la piel morena lo hacían aparecer como una mezcla del “pelado” endomingado y del lacayo japonés. Merced al restregamiento, al estropajo, a los baños de regadera, al jabón y a la alimentación propia de la gente, se ha transformado de un grasiento condottiere* en un completo Czar blanco, algo así como el producto del cruzamiento de un Bismarck de frente estrecha y de un Crispí azteca. [*Los condottieri eran los capitanes de tropas mercenarias al servicio de las ciudades-estado italianas].
Tenía un propósito de los más amplios y sacrificó todo a su avasalladora ambición, y, semejante a un nuevo Saturno, devoraba a los hijos de sus deseos tan pronto como nacían. Su salud, su energía, todo su tiempo fueron consagrados a ese único propósito. Cuanto para los demás hombres son atractivos, distracciones y divertimento, fue hecho a un lado si no encajaba en el plan que se había trazado de antemano. Jugar, fumar, beber, las mujeres, el teatro, las bellas artes, los deportes, la lectura, fueron desechados para reconcentrar todas sus energías en el gran juego de la política y de su ambición personal, en el que con frecuencia la brillantez no resulta, mientras que la aplicación constante y la actitud alerta conducen al buen éxito.
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