(Ciudad de México) –– El ambicioso y costoso proyecto para la construcción de un palacio legislativo federal en la Ciudad de México a principios del siglo XX no puede contrastar más con lo que en realidad llegó a convertirse: el Monumento a la Revolución
El que sería el segundo más grande complejo legislativo del mundo nunca pasó de ser mucho más que una enorme cúpula metálica que albergaría el llamado “Salón de los pasos perdidos”.
Relacionado → Magnicidios de la Revolución mexicana
El fallido proyecto arquitectónico apuntaba a ser un emblema del período de la historia de México conocido como el Porfiriato (1876-1911). Por el contrario, el estallido de la revolución en 1910, así como la prolongación de este conflicto, no sólo condenaron al extraordinario proyecto del arquitecto francés Émile Bénard a su fracaso, sino que eventualmente lo convirtieron en un símbolo de esa lucha armada.
La edificación del inmenso inmueble concebido por Bénard mostraba signos de avance en 1910. No obstante, el derrocamiento del presidente Porfirio Díaz en 1911 y la lucha revolucionaria impidieron la continuidad de las obras de construcción.
El presidente Francisco I. Madero decidió continuar con la construcción del recinto legislativo hasta 1912, cuando los fondos destinados para este proyecto se agotaron.
Habrían de pasar dos décadas y media de abandono para que la estructura incompleta de lo que se proyectaba sería el palacio legislativo ―la cúpula del edificio― tomara otro aspecto arquitectónico y adoptara un nuevo propósito en el paisaje de la Ciudad de México.
Le correspondería al arquitecto mexicano Carlos Obregón Santacilia reformar y transformar la armazón abandonada en un monumento dedicado a la Revolución mexicana (1910-1920).
La renovación de la desatendida armazón se impulsó durante el periodo posrevolucionario, en una época en que el sentimiento mexicano buscaba afirmar las raíces de identidad nacional, en contraposición a las influencias europeas que caracterizaron el régimen de Díaz.
La readaptación para su uso bajo un propósito diferente se llevó a cabo durante la presidencia de Lázaro Cárdenas (1934-1940).
De esta manera, lo que se conoce hoy como Monumento a la Revolución encierra varios significados para la historia de México. Uno de estos representa la interrupción y caída final del Porfiriato, que buscaba hacer del malogrado palacio un distintivo internacional del gobierno de Díaz, así como de la paz y progreso que el dictador promovía ante el mundo como señal de avance en el país.
Asimismo, la adaptación de su uso original a uno nuevo a partir de la cúpula abandonada constituye un símbolo de la gran importancia que la Revolución mexicana llegó a alcanzar en la vida nacional.
La naturaleza inconclusa del inmueble readaptado en monumento quizá represente el mayor simbolismo, ya que significa a la par el fin de una era y el comienzo de otra ―Porfiriato y revolución―, las cuales marcaron profundamente la vida política y social de México.
ENLACE EXTERNO → Sitio web del Monumento a la Revolución
© 2017 - 2024, Eduardo Barraza. All rights reserved.