(Bradenton, Florida) — En un campo agrícola de Florida, Estados Unidos, Cirilo Serrano, un migrante mexicano discapacitado, se pregunta si algún día hará realidad el sueño de tener un criadero de cerdos en la tierra donde nació.
“¡Dios dirá cuándo regresaré a México!”, exclama el trabajador agrícola.
El jornalero, a quien le fue amputada una pierna a causa de un accidente en la Ciudad de México hace más de 20 años, no piensa regresar pronto a su patria, ya que sus hijos ya echaron raíces en este país, e incluso ya tiene nietos nacidos en Estados Unidos que estudian en la high school.
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Serrano recuerda con tristeza la tragedia que lo dejó discapacitado. Al descender de su auto para escuchar los festejos un 15 de septiembre oyó el rechinar de las llantas de otro vehículo. Al voltear vio que venía de ladito hacia el otro auto y, aventándose para protegerse, por desgracia su pierna izquierda recibió todo el impacto.
Al despertar estaba en un cuarto de operación del Hospital General La Raza, en donde los médicos hacían lo posible por salvarle su pierna, pero 20 días después decidieron amputarla.
Ya en condición de discapacitado, a Serrano le fue difícil, pero no imposible, cruzar la frontera de Reynosa, Tamaulipas hacia Estados Unidos, valiéndose de una muleta la cual, recuerda, era muy pesada.
Acompañado de su esposa Cristina, cuatro hijos y una sobrina, caminaron toda la noche entre el monte y con nada de visibilidad, acompañados de otra familia de siete integrantes.
Con engaños fueron abandonados por el ‘coyote’ que los cruzó, quien antes de irse les dijo, “Ahora vengo, voy a guachar para el levantón”.
El traficante de indocumentados nunca regresó. Así, Serrano y el resto de los migrantes quedaron abandonados día y noche. Sólo escuchaban el ruido de los autos, ya que, recuerda, “estábamos a escasos metros del freeway”.
Con sed y hambre, al segundo día y calculando que eran las ocho de la mañana, una señora integrante de la otra familia —de quien Serrano ya no recuerda su nombre— decidió salir a la autopista a pedir ayuda, “pasara lo que pasara”. En esas circunstancias, ya no les importaba que fueran detenidos por las autoridades de migración.
“¡Dios es muy grande!”, afirmaría más adelante aquella señora, quien les platicó cuando regresó por ellos que al pararse en la autopista para pedir ayuda, un auto se detuvo. El conductor le preguntó, “¿Qué hace usted aquí, señora?” Ella respondió: “Ayúdeme, necesito encontrar un ‘coyote’”. “Fui clara con él”, diría después la mujer. “Fuimos abandonados por el ‘coyote’, y estamos 14 personas en el monte desde ayer”, le dijo al hombre que se detuvo a ayudarla.
El chofer se apiadó de ella diciéndole, “Favor con favor…”, llevándola a Houston, Texas, a unas dos horas del lugar donde se encontraban abandonados. Aquel hombre conocía a unas personas que se dedicaban a pasar indocumentados a Estados Unidos que, dijo, la podían ayudar.
“Nunca olvidaré esa voz”
Según el relato del migrante mexicano discapacitado, aquel hombre a su vez le contó a la mujer que antes de detenerse a recogerla habían detenido a su esposa en una garita de inmigración por no tener papeles, y que solamente habían podido pasar él y su niño.
El favor al que el hombre se refería consistía en que la mujer cuidara a su bebé y le diera su mamila mientras se dirigían a Houston, ya que el pequeño le “estaba dando mucha lata”, y no lo dejaba conducir.
El conductor la dejó en una panadería, diciéndole que entrara y pidiera ayuda a la cajera. Agradeciendo la ayuda de aquel hombre, la mujer entró al lugar con mucho miedo. Antes de poder preguntar algo, la cajera le dijo: “¿Señora, qué tiene, la puedo ayudar en algo?”
Con un nudo en la garganta, la mujer le platicó todo lo que estaban atravesando ella y el resto de los migrantes. Llorando le pidió ayuda. La cajera le pidió que esperara al corte para llevarla con un ‘coyote’. Le ofreció un pan, el cual se comió con desesperación.
Terminando su turno, la empleada de aquella panadería la llevó con unos ‘coyotes’. Al explicar que eran en total 14 personas que estaban abandonadas en el monte, los traficantes de personas le informaron que el costo por ayudarles sería de dos mil dólares.
Al no tener dinero —continúa relatando Serrano— les pidió con mucha pena hacer una llamada a unos familiares en Florida. El dinero se lo enviaron por la noche. Estos cruza-ríos le dijeron a la mujer que saldrían en la madrugada por ellos, y que si recordaba en lugar exacto en donde había dejado a los demás. Ella respondió, “¡Claro que sí!”
Don Cirilo recuerda que ellos y los familiares de la señora estaban muy nerviosos mientras esperaban. Habían pasado todo ese día y la noche sin saber de la mujer. Siendo las cinco o seis de la mañana, escucharon a alguien decir en voz baja, “Chuy, Chuy…”, que era el nombre del esposo de la señora.
“Nunca olvidaré esa voz”, dice Serrano.
Chuy contestó, “¿Qué pasó?” Su esposa les dijo: “¡Corran al freeway!, adelante hay una gasolinera. Ahí está una camioneta Suburban azul, con el cofre abierto”. Y todos corrieron.
El esforzado migrante mexicano discapacitado recuerda que estaba un alambrado, y él con su muleta corrió y lo brincó. Ya de la desesperación de salir, cruzaron la avenida a la “viva México”, esquivando los autos, y no sabe —comenta— ni cómo entraron las 14 personas en aquella camioneta. “¡Ahora sí, vámonos!”
A la pizca de la naranja en Houston, Texas
Llegando de regreso a Houston, el ‘coyote’ les dijo, “¡Ya la hicieron gacha!”, dándoles a entender que habían logrado su cometido, y que ahí terminaba su trabajo.
Entre ellos se preguntaron, “¿Ahora qué vamos hacer?”
Uno de los ‘coyotes’ los escuchó y les dijo, “¿Ven la carpa blanca de allá? Ahí predican la Biblia, pidan ayuda”.
Todos cansados, sudados y hambrientos llegaron pidiendo ayuda. Al verlos, los predicadores de inmediato les dieron comida y por la noche un cuarto para cada familia… ¡sin camas!
“Eso sí, [nos dieron] varias cobijas, pero me sentía en la gloria”, cuenta Serrano. “Imagínense, tres días durmiendo en el monte”.
Migrante mexicano discapacitado encuentra trabajo en Florida
Al despertar, llegaron unos parientes a recoger a Chuy, su esposa y demás familiares que ayudaron a Serrano y a su familia a llegar a Houston. Uno de ellos le propuso al hombre discapacitado trabajar en un rancho en Myakka City, Florida, a unas 200 millas al noroeste de Miami. Claro, tendrían que pagar la mitad de la cantidad que el familiar de Chuy les había prestado para pagar al ‘coyote’.
El ahora jornalero recuerda que llegaron a Myakka City un 30 de abril a media noche. Al día siguiente, sin descansar, comenzó a trabajar a las cinco de la mañana, y con la ayuda de su esposa Cristina comenzó a piscar naranja, sin saber nada de las labores del campo.
Hoy en día, el rostro y las manos del migrante mexicano discapacitado lucen quemadas por los fuertes rayos del sol, bajo el cual con esfuerzo se gana la vida. Sus uñas son muy gruesas por el constante contacto con la tierra.
Ya tiene 20 años laborando en el campo, y al usar una muleta por la falta de su pierna, ya es un experto en la pizca de naranja, jitomate, fresa y pepino. Ya no necesita ayuda para hacerlo -dice-, solamente lo acompaña una de sus nietas a quien le gusta el campo.
¿Se regresaría a México? “¡Por ahora, no!”, dice Serrano. “Con ese pinche desmadre que hay en Guerrero, Michoacán, Estado de México… Ya mis hijos crecieron, tengo nietos americanos que van a la high school, la escuela. La vida es mejor aquí”.
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