(México) — En su mundo enigmático al que trataron de penetrar los ojos curiosos del mundo que se dice civilización, María Sabina, “La Sacerdotisa de los Hongos”, como se le conocía, abrió una brecha hacia un porvenir que no por iluso y fantástico, dejó de ser un oasis en la vida violenta, egoísta y destructora del hombre moderno.
Hasta su choza humilde, templo de una esperanza perdida en nuestros días, llegaron la curiosidad científica, la morbosidad viciosa, y el interés artístico de seres de todas partes del mundo. Sus elementos curativos, divinos, fueron sacrílegamente utilizados con fines distintos a los de su “hechicería” ingenua y bondadosa.
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“Los hongos alucinógenos”, de Huautla de Jiménez, en Oaxaca, como se les conoce en la civilización, traspasaron fronteras en su prestigio, sobre todo en aquellos que en busca de una evasión malsana, abusaron de sus cualidades “espirituales” para vivir un mundo ficticio de imágenes incongruentes y pensamientos absurdos.
Sólo un grupo de cineastas pudo convencer a María Sabina, la anciana misteriosa de Oaxaca, de divulgar sus ritos ancestrales para dignificar la imagen que de sus “niños santos” – los hongos alucinógenos – se había regado por todo el mundo. Sus ritos quedaron plasmados en el documental fílmico “María Sabina, Mujer Espíritu”, que fue exhibido en premier benéfica en la Ciudad de México.
La anciana accedió a la filmación y a estar presente en la premier, con la condición solidaria de que las recaudaciones se donaran íntegramente a los suyos, a los habitantes de Huautla, Oaxaca, en cuyas montañas habitan los espíritus invocados por Sabina.
Así, el miércoles 27 de junio de 1979, María Sabina se confundió con la civilización. Su primer encuentro fue el lunes 25, cuando descendió del avión que la condujo a la capital de los ejes viales, del smog, de la contaminación sonora y de tantas calamidades.
La anciana “Chamán” vio en la pantalla pasajes de su propia vida, en donde invocaba a Cristo y a Benito Juárez a la vez; manejando el cabalístico número 13, para llamar en su auxilio a los tlacuaches y a los gavilanes y así curar a los enfermos, mientras fumaba un puro con la atmósfera llena de vapores de copal y de exóticos aromas de hongos semicachinados.
Toda la vida de María Sabina transcurrió en su montaña de Huautla, donde ayudó a los suyos, a la gente sencilla de la región de la aldea y de otras pequeñas comunidades circunvecinas, alejada de toda la morbosidad de extraños que sabían de su existencia y de sus ritos.
María Sabina intuía que su misión estaba reñida con la publicidad y con el escándalo, que se engendra entre los que se dicen civilizados, pero los afrontó con el misticismo de su mundo como respuesta a su necedad.
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