(Estados Unidos) — La más reciente novela del escritor peruano y Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, Le dedico mi silencio, nos lleva por un ilustrativo viaje a través del alma del Perú, no necesariamente a través de su historia política o sus paisajes imponentes, sino a través del rítmico pulso de su música criolla.
El protagonista, Toño Azpilcueta, un periodista especializado y mal remunerado, se ve cautivado por la virtuosidad excepcional de Lalo Molfino, un genio de la guitarra. Este encuentro y el velo de misterio que rodea a Molfino, a quien Azpilcueta califica como el máximo guitarrista peruano de todos los tiempos, despiertan en él la necesidad de escribir un libro —no solo otro artículo para una revista— que capte la esencia de este insólito músico y la capacidad de la música criolla para unir al Perú de los ochenta y noventa, durante la época del grupo guerrillero Sendero Luminoso.
Después de adentrarnos en la cautivante aventura de Toño Azpilcueta, vale la pena reflexionar sobre la realidad que subyace en el vínculo entre periodismo y literatura. Aunque su historia en Le dedico mi silencio sea ficticia, refleja un dilema común en el ámbito periodístico. Innumerables reporteros, editores y comentaristas comparten el anhelo de trascender el efímero ciclo de las noticias y tejer narrativas más profundas.
Este impulso de explorar más allá de los titulares, sumergirse en el por qué y el cómo para crear algo atemporal en lugar de perecedero, resuena como una seductora canción de sirena que atrae a muchos dentro del mundo del periodismo literario.
Pero la transición de periodista a autor de un libro está llena de desafíos. Las grandes editoriales, guardianes del mundo literario, a menudo favorecen nombres establecidos o temas de moda, relegando las propuestas de periodistas poco conocidos al montón de rechazados. Incluso asegurar un contrato de publicación no garantiza el éxito. Los lanzamientos de libros pueden encontrarse con un silencio indiferente, las cifras de ventas pueden ser desalentadoras y las recompensas financieras rara vez igualan la inversión emocional.
Aunque la combinación de ser periodista y escritor de libros pueda sonar como un malabarismo complicado, el tiempo y los recursos no tienen por qué derribar los sueños literarios. La disciplina puede esculpir horas de escritura a partir de la piedra del día a día, mientras que las becas y residencias ofrecen santuarios creativos. Además, el crowdfunding (financiación colectiva) puede transformar la publicación en una aventura compartida. Con cada vez mayor frecuencia, las editoriales independientes y los recursos digitales se presentan como alternativas viables para la publicación literaria, siempre y cuando se mantenga un nivel de rigor y supervisión editorial profesional.
Al final, es la resiliencia, respaldada por estrategias sólidas, la que conquista la montaña de la publicación, abriendo paso a una vista incomparable desde la cima, donde las historias finalmente encuentran su voz.
De periodistas a excepcionales escritores
La fascinación por crear una narrativa perdurable, dando forma a vidas y perspectivas a través de las palabras, a partir del periodismo, se mantiene como una opción persuasiva. Gabriel García Márquez, una vez periodista que recorría el campo colombiano, dio origen al realismo mágico en sus novelas, saltando a la fama mundial y los más altos reconocimientos.
Elena Poniatowska, incansable cronista de realidades sociales mexicanas, encontró un nuevo canal para sus percepciones en libros de no ficción. Su trayectoria nos recuerda que el periodismo puede ser un terreno fértil para voces literarias.
Cuando observamos los ejemplos notables de García Márquez y Poniatowska, nos encontramos con un legado literario imponente. El escritor colombiano, con su obra maestra Cien años de soledad, trascendió las barreras literarias al introducir el realismo mágico, fusionando lo cotidiano con lo extraordinario.
Por su parte, Poniatowska, a través de La noche de Tlatelolco, utilizó su pluma incisiva para documentar y contextualizar los sucesos trágicos del movimiento estudiantil de 1968 en México.
Siguiendo la estela de García Márquez y Poniatowska, el nicaragüense Sergio Ramírez, con su pluma afilada por años de periodismo incisivo, conquistó la cima literaria. En novelas como Castigo divino, la tensión política baila con la profundidad psicológica, demostrando que la crónica social puede ser combustible para historias cautivadoras.
Y qué ejemplo más apropiado para este artículo que el del propio Mario Vargas Llosa, autor de Le dedico mi silencio. A lo largo de siete décadas, desempeñó una carrera distinguida como periodista, fusionando de manera magistral su destacada labor en el periodismo con su singular trayectoria como escritor.
Estos ejemplos concretos ilustran cómo el periodismo puede ser la semilla de obras literarias duraderas y profundas, transformando eventos reales en narrativas que resuenan a lo largo del tiempo.
Le dedico mi silencio, el sueño literario de Toño Azpilcueta
En última instancia, al seguir la búsqueda de Toño Azpilcueta en su sueño literario, nos enfrentamos a la pregunta fundamental: ¿los periodistas llevan en su esencia las semillas de grandes autores? ¿Es posible canalizar la disciplina del informar y la inmediatez de las noticias para crear historias perdurables? ¿Puede un periodista humilde y mal remunerado utilizar su conocimiento para incursionar en el ámbito literario?
La respuesta, como las historias mismas, no se encuentra en las decisiones editoriales ni en las cifras de ventas. Reside en la convicción inquebrantable en el poder transformador de las palabras. La travesía de Toño Azpilcueta, así como la de García Márquez, Poniatowska, Ramírez y otros, nos demuestra que sí, los periodistas pueden ser narradores extraordinarios.
Cada uno de nosotros puede albergar una historia ansiosa por ser contada. La verdadera pregunta, entonces, no es solo si estamos dispuestos a resistir la indiferencia, el rechazo, la burla y el incierto camino para darle voz, sino cómo daremos vida a esas historias que yacen en nuestro interior. Al final, es la pasión, la perseverancia y la creencia en el poder de nuestras propias palabras lo que despejará el camino hacia la expresión auténtica y duradera.
Nota: La trama de Le dedico mi silencio (Alfaguara, 2023) de Mario Vargas Llosa sigue a Toño Azpilcueta, un conocedor de la música criolla, mientras descubre al virtuoso guitarrista Lalo Molfino. La narrativa explora la profunda conexión entre la música y la identidad peruana, así como la búsqueda de Toño Azpilcueta por comprender la vida del elusivo músico y plasmar la historia de la música criolla en un libro. El autor de este artículo ha leído completamente la novela.
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