José Alfredo Jiménez: cuando la botella es más barata que la terapia

El rincón de José Alfredo. En algún rincón invisible entre el ayer que duele y el ahora que se disfraza de olvido, José Alfredo Jiménez sigue cantando. No desde un escenario, sino desde la entraña misma de la cultura mexicana, donde sus letras —bordadas de tequila, ausencia y orgullo— no se escuchan: se heredan. Ahí, entre sombras y guitarras, su memoria no es nostalgia: es identidad. Ilustración IA: Barriozona Magazine © 2025
El rincón de José Alfredo. En algún rincón invisible entre el ayer que duele y el ahora que se disfraza de olvido, José Alfredo Jiménez sigue cantando. No desde un escenario, sino desde la entraña misma de la cultura mexicana, donde sus letras —bordadas de tequila, ausencia y orgullo— no se escuchan: se heredan. Ahí, entre sombras y guitarras, su memoria no es nostalgia: es identidad. Ilustración IA: Barriozona Magazine © 2025

Entre recuerdos de cantinas, francachelas y versos dolidos, el autor se asoma a la figura de José Alfredo Jiménez con la distancia crítica del tiempo y la cercanía de quien alguna vez también cantó para olvidar. Sus canciones siguen latiendo como heridas cantadas en la memoria viva de un pueblo que canta para no llorar.

(Phoenix, Arizona) — De entre los compositores populares mexicanos, me quedo con tres: Agustín Lara, José Alfredo Jiménez y Juan Gabriel.

Nadie le va a disputar la corona a Lara, pero de José Alfredo puedo tararear —y hasta desentonar en la regadera— por lo menos treinta y siete de entre las más de trescientas canciones que compuso. Y eso sin contar El Rey, una canción que odio.

Quizá mi desprecio por esta canción se deba a una frase del periodista y poeta Alberto Domingo: “El mexicano traerá todas las nalgas remendadas, pero sigue siendo el rey.”¹ También eran —y siguen siendo— coplas infaltables en toda francachela en donde se come y se bebe desmedidamente, como en tantas que viví.

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Pero no solo es El Rey. Tampoco saboreo Amarga Navidad, con la voz chillona Amalia Mendoza, La Tariácuri. Cada diciembre —una época que debería ser de esperanza, endulzada con buñuelos y abrazos—, la cantante mexicana se quejaba amargamente por todas partes con ese tema infaltable de José Alfredo.

El cantautor de Guanajuato sonaba ayer y sigue retumbando a medio siglo de su muerte. Las letras de sus canciones no solo las canta el trovador, el grupo o el cantante famoso; casi todo mundo las grita con el alma. Tal vez a quien las grita le sea posible así olvidar sus contratiempos, al menos por corto tiempo, hasta que llega la cruda realidad, ya sea de madrugada o con los primeros gallos, con las cañerías² en fuego demandando agua y más agua, así como un menudazo calientito.

Pero ¿a qué se debe este fenómeno tan mexicano? ¿Cómo fue posible que un bohemio como José Alfredo —quien nunca tuvo una educación musical y quien, de acuerdo con el cantante mexicano Miguel Aceves Mejía, no tocaba instrumento alguno ni conocía los términos “vals” ni “tonalidad”— compusiera canciones que aún hoy día se escuchan por todas partes y son grabadas por cantantes actuales?

En el rincón del confesionario popular

«Estoy en el rincón de una cantina, oyendo una canción que yo pedí, me están sirviendo ahorita mi tequila, ya va mi pensamiento rumbo a ti».

Para comprender mejor esta estrofa de Tu recuerdo y yo, otra legendaria canción de José Alfredo, conviene recordar que antes de 1981, en las puertitas vaivén de las cantinas o pulquerías de la Ciudad de México, se leía una advertencia: «Prohibida la entrada a mujeres, uniformados, vendedores ambulantes y menores de edad».

Eran tiempos machistorros³, cuando la cantina se consideraba un reservado espacio masculino, donde el macho mexicano bebía, cantaba, se emborrachaba, lloraba, peleaba y a veces incluso mataba o lo mataban, por cualquier capricho o una simple tontería, inclusive por una mirada fea o una palabra mal dicha.

En el medio donde me desenvolvía en la niñez en México, y en el ambiente donde me revolcaba en la juventud en Estados Unidos, José Alfredo era el mero mero. No obstante, tras ingresar a la universidad en California, me distancié de sus odas a la borrachera, al despecho y al machismo.

Con el tiempo, este desdén por las letras del Rey de la Canción Ranchera fue mermando cuando me puse a analizar —y hasta admirar— quizás su mejor verso: «La vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba», una frase de su canción Camino de Guanajuato, equiparable en intensidad existencial a la prosa poética de Juan Rulfo.

Reflexionando sobre la enorme popularidad de José Alfredo Jiménez, se entiende la fama que gozó en vida. Pero ¿por qué perdura hasta nuestros días? Quizá se deba a la nostalgia o a otros sentimientos humanos tan tercos como persistentes.

¿Quién no ha llorado una decepción amorosa, la pérdida de un ser querido o una racha de tristeza? Hay un sitio donde, con frecuencia, personas como tú y yo con similares sinsabores buscan refugio: la cantina. Sin duda hoy hay más psiquiatras y otros expertos en salud mental que en los tiempos de José Alfredo Jiménez —fallecido a los 47 años de cirrosis hepática—, pero siguen sin estar al alcance de todos.

La botella sigue siendo más barata que la terapia.

Y acaso por eso, cada que alguien entona “la vida no vale nada” con el pecho herido, la fama de José Alfredo Jiménez revive un poco más. Porque en sus canciones no solo cantó al amor y al olvido, sino al despecho que nos hace humanos. Y mientras haya alguien que necesite curarse cantando, seguirá siendo el rey, aunque traiga “las nalgas remendadas”.

En México, basta un trago y una canción para coronarse. No hacen falta castillos, ni importa no tener trono ni reina: solo el eco dolido de una ranchera y el valor de cantar con el alma rota. Porque en cada verso de José Alfredo, hasta el más quebrado levanta la voz como si el mundo fuera suyo. Ilustración IA: Barriozona Magazine © 2025
En México, basta un trago y una canción para coronarse. No hacen falta castillos, ni importa no tener trono ni reina: solo el eco dolido de una ranchera y el valor de cantar con el alma rota. Porque en cada verso de José Alfredo, hasta el más quebrado levanta la voz como si el mundo fuera suyo. Ilustración IA: Barriozona Magazine © 2025

Canciones imperdibles de José Alfredo Jiménez

Para medir la estatura de José Alfredo, basta dejar que hablen sus canciones. Aquí una selección personal, sentimental y no negociable. No están todas las que son, pero son todas las que aún calan.

Yo (ranchera; 1950) / Andrés Huesca y Los Costeños
Considerada la primera composición de José Alfredo Jiménez que llegó al disco. Desde el inicio, el autor deja claras sus intenciones: “Ando borracho, ando tomando porque el destino cambió mi suerte… Quise matarme por mi cariño, pero volví a recobrar la calma.”

Amanecí en tus brazos (bolero ranchero; 1964) / Daniel Santos con el Mariachi Tenochtitlán
La cantó en 1965 sin una sola mención de tequila, cantinas ni despecho. Un raro día de dicha y ternura dentro del repertorio.

Camino de Guanajuato (corrido; 1953) / José Alfredo Jiménez con el Mariachi México de Pepe Villa
Compuesta para alabar su estado natal y como homenaje a su hermano. “No pases por Salamanca / que allí me hiere el recuerdo, / vete rodeando veredas, / no pases porque me muero.”

Canta, canta, canta (también grabada como “Si tú también te vas”; ranchera; 1953)
En 2024 fue revivida por la cantante española Natalia Jiménez con la Orquesta Filarmónica de la Universidad de Guanajuato y el Mariachi del Divo Alma de Juárez.

Cuatro caminos (ranchera; 1950) / Pedro Infante con el Mariachi Los Mamertos
Una de las primeras grabaciones de Infante con letras de José Alfredo. El 25 de octubre de ese año quedó impresa en acetato.

Ella (vals mexicano, ranchera; 1950) / Miguel Aceves Mejía con el Mariachi Vargas
Tras una decepción, viene la queja: “Quise hallar el olvido / al estilo Jalisco, / pero aquellos mariachis / y aquel tequila me hicieron llorar.”

El último trago (ranchera; 1972) / Chavela Vargas con la guitarra de Gerardo Sánchez (1979)
La gran cómplice de parrandas de José Alfredo la interpretó con esa mezcla de bravura y ternura que solo ella sabía sostener entre copa y verso.

La media vuelta (1963) / Luis Miguel (1994)
El bolero que “el Sol” volvió a encender o, según otros, apagó del todo. Dato curioso: está registrada a nombre de José Antonio Jiménez Medel, hijo del compositor y de la actriz Mary Medel… aunque era apenas un recién nacido.

Paloma querida (ranchera; 1952) / Miguel Aceves Mejía con el Mariachi Vargas de Tecalitlán
Dicen que fue Paloma Gálvez, esposa de José Alfredo, quien intervino para que Mejía grabara esta declaración de amor que, aún hoy, vibra con nombre propio.

Aunque Facebook —el chisme para adultos aburridos— y TikTok —el chisme para muchachillos aún más aburridos— juran y perjuran que José Alfredo Jiménez dedicó esta o aquella canción a la legendaria actriz María Félix (El hijo del pueblo, Ella), a Irma Serrano (Si nos dejan), y a Lucha Villa (Te solté la rienda), lo único lógico es que Paloma querida, —esa sí, escrita mientras el letrista andaba “un poquito borracho”— fue dedicada a Paloma Gálvez, su esposa. Aunque, frente a La Doña, todos somos hijos del pueblo.

¹ La frase “traer las nalgas remendadas”, usada por el periodista Alberto Domingo, alude a la pobreza reflejada en la ropa gastada. Más allá de su autor, expresa una actitud común en México: mantener la dignidad y el orgullo, aun en la carencia.
² Alude de forma figurada al interior del cuerpo, especialmente al sistema digestivo, como si fuera un entramado de tuberías en mal estado tras una noche de excesos.
³ Mexicanismo coloquial y poco común que alude a un machista de corte burdo, exagerado o caricaturesco; una figura masculina marcada por la tosquedad, el fanfarroneo y una masculinidad fuera de tiempo, casi siempre ridícula en su exceso.

N del E: José Alfredo Jiménez Sandoval (1926–1973) fue un compositor, cantante y actor mexicano, considerado una de las figuras más influyentes de la música ranchera. Autor de más de 300 canciones, su obra abordó temas como el amor, el desamor, el orgullo y la muerte, con un estilo directo y profundamente emotivo, que aún hoy permanece vigente en espacios donde el canto cumple una función catártica o de expresión emocional colectiva. La voz de José Alfredo Jiménez, de registro barítono, era sencilla pero intensamente expresiva, con un timbre melancólico que rozaba el llanto. Sin formación técnica, conectaba con el público no por virtuosismo, sino por la autenticidad y el profundo sentimiento con que cantaba sus propias letras.

Corrección – 11 de mayo, 9:00 a.m. MT: Esta versión final actualizada corrige errores ortográficos y gramaticales presentes en la publicación original. También se ampliaron los contenidos para incluir notas aclaratorias sobre algunas expresiones, así como una adición breve biografía del personaje principal.

© 2025, Saúl Holguín Cuevas. All rights reserved.

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