El mercado, paraíso perdido de colores, aromas y voces

El mercado tradicional ofrece un mundo de colores, aromas y voces, en contraste con los supermercados modernos. Foto: Giulian Frisoni
El mercado tradicional ofrece un mundo de colores, aromas y voces, en contraste con los supermercados modernos. Foto: Giulian Frisoni

Del mercado dijo Sebastián de Covarrubias¹ en 1611: “El lugar donde se vende y se compra”. Ahí se ofertaban productos frescos, recién cosechados, hablo de antes de la refrigeración.

Añorados días cuando posible darse una vuelta por el mercado, paraíso de colores, aromas, voces…

La marchantita, antes de comprar, demandaba del frutero —al cual llamaba por su nombre, pues a menudo se paseaba por el mercado— calar los productos. El comerciante, cual mago, ofrecía un cachito del corazón de la sandía o daba a olfatear una pequeña, dulcísima, piña esmeralda o cualquier otro producto; de la huerta, tiernos elotes y calabacitas.


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Adelante, del corral a la mesa, carne fresca, leche espumosa, quesos cremosos; el carnicero recomendaba lo mejor del día, el chorizo, chicharrón hecho con sus manos; con maestría cortaba, al antojo del cliente, huesos pal caldo, chuletas, espinazo de puerco; por todo el sitio mágico se paseaba el embriagador aroma del café tostado. ¿Hambreado? Qué tal un caldito, una quesadilla con flor de calabaza o unos taquitos; ¿calor? Agua fresca; ¿frío? Un jarro de atole.

Hoy ir a mercar en el súper (supermercado, supermarket) es una obligación desagradable.

En el súper abundan registradoras y enlatados, aguas pintarrajeadas, azucaradas, crujientes saladas, embadurnadas de sabores artificiales, grasosas: Todo herméticamente aprisionado. Imposible encontrarle gusto alguno a las marchitas verduras, es más, el agua tiene más sabor que las frutas ahí ofertadas.

Las carnes, las aves o los mismos productos de mar fueron alimentados con químicos, procreados y aprisionados durante su corta vida y procesados sabrá cuantos siglos atrás. Los pollos biónicos, por lo general de la Tyson, son insípidas bolas de grasa, he encontrado entre las menudencias de uno de esos malditos descongelados, tres corazones, ¿serán aves muy enamoradizas?; los guajolototes parecen de la era de los dinosaurios; el pan, viles bolas de harina; las tortillas, de papel; el café, casi chapopote.

Si acaso ve algo y le gusta, no lo puede probar. Por eso ahí no se compra con el gusto ni el olfato, se compra con el cerebro y el bolsillo, pues todo parece estar en oferta.

Esta versión antiséptica, domesticada, monótona, aunque eso sí, higiénica, del clásico mercatus (mercado) descrita por el diccionario DRAE (1970) como el sitio “donde el cliente se sirve a sí mismo”, es donde toda charla o chisme queda en un lacónico: “paper or plastic”.

Un puesto de legumbres en un mercado tradicional. Foto: Eneko Muruzabal Elezcano
Un puesto de legumbres en un mercado tradicional. Foto: Eneko Muruzabal Elezcano

Más no todo el súper es mediocridad, se ha expandido la bodega (vinos) y, gracias al transporte moderno, se ofertan cosas de todos rumbos.

A cambio de un ojo de la cara puede adquirir alta calidad en nuestro entorno. En Whole Foods, veintitantos dólares le reditúan un bife añejado y curado al aire, de sublime gusto cual si fuese del mismo ganado de Helios²; suculentas peras y manzanas en otoño. Conste, la panadería no es lo que debiese, tampoco convence la comida preparada pues no amerita el alto precio en que se oferta. Comer un bocadillo en las mesillas al lado de las registradoras guarda el atractivo de enlatarse en un aeroplano y alimentarse.

Si se atreve por el AJ’s, dígale adiós a diez dolaritos, y los expertos, siempre atentos, le encaminan hasta un buen tinto para admirar el atardecer. Mejor no mencionar los altos precios de ambos establecimientos, más si el bolsillo se lo permite.

Recomendado el mini, Trader Joe’s. A pesar de la limitada oferta, es una joyita. De primera: quesos, vinos, aceite de olivo, aceptable fruta seca a precios cómodos. Delicias: jugo de naranja no pasteurizado, jocoque (yogur) mediterráneo, mantequilla inglesa; divino el tocino, suculentos carnero, bifes y el esbelto polluelo de corral. Conste, ni la fruta fresca ni el pan convencen, y como las tortillas, baratos no lo son.

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¹ Sebastián de Covarrubias y Orozco lexicógrafo, criptógrafo y escritor español, capellán del rey Felipe II, canónigo de la catedral de Cuenca  español, autor de Tesoro de la lengua castellana o española.
² En La Ilíada del gran ciego, Homero, el argonauta Ulises mata unas reses del ganado del rey Sol, Helios; cara paga su osadía.

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