«Usted está aquí», apunta una pequeña flecha sobre el mapa dentro del centro comercial, o shopping mall, situándonos en un inmenso laberinto de ventas y mercancía. El diminuto letrero nos hace un favor: nos da una posición y una ubicación.
El centro comercial en sí mismo no es tan compasivo: no nos da un destino. Nos ofrece, en cambio, la persona que podemos llegar a ser al recordarnos precisamente la persona que realmente somos. Así que venimos al centro comercial tal y como somos; salir de ahí transformados dependerá de nuestras emociones y nuestro poder de compra.
Relacionado → Escenarios utópicos y distópicos reales, cómo ambos existen en la sociedad
El deseo de ser alguien se afirma a cada paso sobre los brillosos pisos de mármol o mosaico en lo que se convierte en una pasarela de vanidad y atractivo en donde todos podemos caminar pero no todos podemos destacar.
Cientos de almas navegan ahí hipnotizadas, respondiendo casi robóticamente al llamado de un tambor de mando llamado consumismo. Mitad es verdad, mitad es espejismo.
El centro comercial es un lugar irresistible y encantador en donde la ropa y los zapatos luchan para atraer nuestros sentidos. En esta feria del asombro, soñar es gratis; la realidad en cambio viene a través de un precio, un precio que no todos podemos pagar, pero el centro comercial nos deja recorrerlo y nos susurra al oído: “se vale soñar”.
Atrayendo nuestras emociones, los maniquíes intentan hacernos creer que ellos se parecen a nosotros; la verdad es que ellos quieren asegurarse de que nosotros nos parezcamos a ellos. “Esto es estar a la moda, ¡vístete a la moda!, nos susurran también con letal silencio.
El mensaje subyacente detrás de los aparadores es que podemos comprar en realidad más que una chamarra de moda, un par de zapatos de marca reconocida o un vestido sensual: podemos comprar una identidad, un boleto de admisión para unirnos al grupo popular de nuestros compañeros y competir por el título de “ardiente” o “de onda”.
En medio de los colores y formas, nuestras mentes son persuadidas a mirar, ceder y comprar. Respirar el aire de esa atmósfera, caminar y mirar, salir y entrar de las tiendas, no es suficiente. Tenemos que estar sosteniendo una bolsa en nuestra mano antes de irnos, una bolsa de una tienda lujosa y de ropa de última moda, preferentemente.
Irse del centro comercial sin una bolsa colgada de la mano significará que sobrevivimos la lucha sicológica de que combate con nuestras emociones, que defendimos estoicamente nuestras carteras y ganamos. ¿No habíamos venido en busca de estatus y de significado? Al irnos con las manos vacías habremos entonces perdido la batalla. Cuestión de enfoques.
Un centro comercial es un templo de cultura urbana en donde damos culto al dios tendencia y a la diosa moda. Recorremos religiosamente los pasillos y vamos de tienda en tienda buscando ser formados y moldeados en aquello que aspiramos ser.
Adoramos las marcas de renombre, las creaciones de los diseñadores famosos, buscamos ser envueltos en coloridas piezas de vestir, esperando quizás no sólo cubrir nuestra desnudez natural, sino disfrazarnos del personaje que admiramos e imitamos, así como afirmarnos en nuestro grupo social.
Un centro comercial es, en última instancia, un santuario en donde tratamos de llenar nuestro vacío interior y saciar nuestra sed de significado. Esto a pesar de saber que la apariencia artificial es insaciable, y de que el verdadero significado de la vida no puede comprarse ni encontrarse detrás de ningún aparador de ningún centro comercial de ninguna ciudad de ningún país del planeta. Se vale soñar.
© 2020 - 2024, Eduardo Barraza. All rights reserved.