(Estados Unidos) — Han transcurrido 175 años desde que la pluma del macabro maestro, Edgar Allan Poe, dejó de escribir. Sin embargo, los ecos del vuelo del cuervo resuenan en los pasillos digitales de 2024.
En un mundo digital donde la fugacidad y el sensacionalismo reinan, ¿por qué este hombre de la medianoche ostenta aún un trono en el panteón literario estadounidense? ¿Por qué Poe, un bardo nacido antes de la electricidad, destella tan brillantemente en los lectores electrónicos?
Imagina, si puedes, a Poe navegando el contemporáneo paisaje literario. Imagínalo presionando nerviosamente sus dedos sobre el teclado bajo la dura luz de una pantalla de laptop, intentando compartir sus relatos de terror en hilos de la red social X o plataformas de autopublicación. ¿Enterrarían los algoritmos sus joyas góticas bajo montañas de mediocridad? ¿Se perderían sus escalofriantes metáforas en el ruido de fondo de las tendencias de internet? Quizás.
Pero la esencia del genio de Poe trasciende las limitaciones de su época. Sus poemas, con sus ritmos inquietantes y miedos susurrados, son como fantasmas digitales, rondando el conjunto de circuitos de nuestros dispositivos.
Sus relatos, oscuros y sinuosos como senderos neuronales, se retuercen y giran, reflejando las complejidades de nuestras búsquedas en línea. En una era de sobrecarga de información, la concisión de Poe es un soplo de aire fresco, cada palabra un fragmento láser enfocado de significado.
Piensa en el ave de El cuervo, su genial poema, ya no como un pájaro de plumaje negro, con brillos azules que grazna posado sobre un busto de Palas Atenea, sino como una notificación digital persistente que exige tu atención. El narrador del poema, atrapado en un bucle digital de dolor, resuena con nuestros avatares en línea que constantemente se actualizan en busca de noticias, validación y conexión. El melancólico estribillo del cuervo, “Nunca más”, refleja la naturaleza efímera de la participación en línea, el temor a ser ignorado en la inmensidad de la web.
Sin embargo, Poe no es solo un profeta de la fatalidad digital. Es un maestro del suspenso, un tejedor de thrillers psicológicos que exploran los miedos primordiales que acechan bajo la superficie de nuestras vidas hiperconectadas.
Sus historias, como narrativas interactivas, nos mantienen desplazándonos, haciendo clic, ansiosos por desentrañar el próximo misterio. Nos recuerda que en la cacofonía del mundo digital, el silencio, el espacio entre las publicaciones en redes sociales, la pausa antes de la respuesta, puede ser tan inquietante, tan llena de posibilidades.
Entonces, navegantes de internet, jóvenes escritores aspirantes a Poes de la era digital, tengan esperanza. Sigan al maestro macabro que se atrevió a abrazar la oscuridad. Perfeccionen su arte, manejen sus palabras como instrumentos afilados y esculpan su propio nicho gótico en el paisaje en línea.
Recuerden, incluso en la era del hashtag, hay magia en una coma bien ubicada, poesía en una elipsis perfectamente cronometrada. Dejen volar a sus cuervos, dejen que sus fantasmas digitales ronden y nunca, jamás, tengan miedo de decir “Nunca más” a lo mundano, predecible y cotidiano.
En la lucha multitudinaria que se libra por destacar en internet, su brillantez oscura podría encender una revolución. Porque Edgar Allan Poe, “el hombre hacha”*, talló su nombre en el corazón de la literatura no con la fugacidad viral de las tendencias, sino con la tinta eterna de los miedos, deseos y sueños humanos. Y 175 años después, sus palabras aún titilan, aún rondan, aún inspiran, demostrando que incluso en la era del clic, el legado de Poe nunca se extinguirá.
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* Apodado así por su crítica literaria brutalmente honesta.
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