(Phoenix, Arizona) — Treinta y dos personas pagaron con su vida la ira demencial de Cho Seung-Hui, un inmigrante coreano marginado e inadaptado a la cultura capitalista alienante de Estados Unidos.
El individuo es sin duda responsable de una matanza atroz; la misma no es justificable ni se atenúa por el hecho del que al inmigrante lo despreciaban por su origen, su acento al hablar inglés y su estatus social.
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Claro, ese tipo de maltrato sociocultural es el pan de cada día en cualquier lugar donde hay inmigrantes, pero situaciones así, en mentes digamos encauzadas, no debería pasar de una pelea a puñetazos y patadas, a lo más.
Cho Seung-Hui eligió, perturbadoramente, una alternativa fatal y terminante. En su afán de venganza por el castigo a su personalidad inmigrante, sus tropezones para hablar el inglés correctamente, y su retraimiento a causa de lo mismo, acabó con vidas inocentes. Inocentes para el mundo, pero purgadoras en las deducciones trastornadas de su mente coreana. La balacera desencadenada de su furia incontrolada es el equivalente, en el idioma de Corea, del dicho latinoamericano: la burra no era arisca; la hicieron a palos.
Cualquier inmigrante que se trata de adaptar en el contexto educativo anglosajón pasa por lo que pasó Cho Seung-Hui; afortunadamente, no todos reaccionan como él. Muchos se tragan los insultos, otros toman represalias, y otros más se pelean a puño limpio para vengar las burlas que arden hasta el alma.
Pero Cho Seung-Hui no supo ni pudo ni quiso adaptarse a la sociedad capitalista, tan diferente a su natal Corea, en donde, de haberse quedado, seguramente estuviera vivo, hablando fluidamente y sin acento su idioma coreano. El trasplante a Estados Unidos no se le dio en ningún modo al inmigrante, vengador de “los ricos presumidos y los mocosos engreídos.”
La matanza perpetrada por Cho Seung-Hui en el centro educativo Virginia Tech es una venganza de un adulto joven fuera de sus cabales, consumido hasta la muerte por el odio, acorralado y perseguido por un ambiente alienador, e incapaz de nadar con la corriente. Se ahogó en ella, pero arrastró a cuantos pudo para hacer su castigo a la sociedad capitalista terriblemente inolvidable.
Cho Seung-Hui se inmoló a sí mismo para escupir y despreciar a los ricos que lo acosaron en la escuela. A los que le gritaban, cuando lo oían trastabillar en inglés, que regresara a su país, así como de las muchachas que lo despreciaron.
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