Carl Dreyer
En la literatura es fácil distinguir a los Grandes. La Epopeya de Gilgamesh, de Babilonia (hoy Irak), ya suma cuarenta y pico siglos de existencia; El Mahabhárata, de la India, treinta y cinco; y, La Ilíada, del griego eterno, Homero, veintiocho.
En el cine, con apenas un corto siglo de existencia y dificultad para conseguir cintas añejas, la elección se torna problemática. Nadie disputa la grandeza de D.W. Griffith y compañía. Hay otros, quizá no se elevan a tales alturas pero sí destacan y salen de la rutinaria estrepitosa, sexolencia del cine cotidiano de que nos tienen hartos.
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Al creador danés Carl Dreyer (1889-1968) se le acusa de dogmático y terco en busca de la perfección. Tales caprichos impulsaron a la destacada actriz, María Falconetti (Renée Jeanne Falconetti), a exiliarse del cine para siempre; no sólo le rapó la cabeza pero la maltrató cual inquisidor.
Hijo de padre desconocido y de una humilde criada, muerta cuando intentó abortar, Carl Dreyer rodó a la deriva hasta ser adoptado por una familia luterana, pobre, que le reprochaba el pan. Ahí sus temas: la soledad, el drama de una mujer sofocada por las normas sociales y la hipocresía religiosa vendrían a iluminar su trabajo de cámara.
De su firma me ha tocado la fortuna de admirar apenas cuatro films: el enorme, La pasión de Juana de Arco (1928), una de las cumbres del cine mudo; Día de ira (1943); La palabra (1955); y, Gertrudis (1964) Desde luego que me hubiese gustado ver más, pero un bárbaro hurtó videos de nuestra biblioteca pública.
Hecha en Francia, a Juana de Arco ya se le entonaron elegías al por mayor. Por largo circuló pésima copia de la cinta. En 1981 se ubicó una otra copia en un manicomio danés. Restaurada con paciencia y pericia en Francia, parece rodada ayer.
Como todos saben, Juana empujó a los suyos a batallar contra los ingleses invasores. Traicionada, fue entregada al Santo Oficio (Inquisición). Acusada de herejía fue interrogada, torturada e incinerada en la hoguera. Canonizada por la Iglesia en 1927, Juana es símbolo de patriotismo y feminismo.
Carl Dreyer tiene cierta debilidad por los primeros planos (enfoca en los rostros). Así la cámara fluye del severo rostro de los inquisidores a la angustiada faz de la Falconetti a los instrumentos de tortura. Cierra con un apoteótico final, al ritmo de una sinfonía coral compuesta por Richard Einhorn. No se la pierda.
Dies irae (Día de ira) se filmó mientras los nazis masacraban judíos en Copenhague, por lo tanto es la historia de una persecución. Ambientada durante la Inquisición. Un pastor ya gastado, acusa a una mujer de bruja y la hace cenizas. La difunta deja una niña huérfana, cuando crece, el pastor se casa con la muchacha.
De por ahí aparece un hijo del pastor, producto de su primer matrimonio, y pronto el muchacho se pierde en los encantos de su joven madrastra. Pero en ese mundo cerrado y despótico, cualquier trasgresión es castigada, La muchacha termina en la hoguera, podía haberse salvado con cualquier excusa, pero contrario a los pastores hipócritas, prefiere gritar su amor, pasión y pecado.
Basada en el drama del pastor Kay Munk, asesinado por los nazis, La palabra enmarca la religión y la fe, enfocada desde dispares perspectivas: el agnóstico (no cree), el místico (tiene una visión individual), el ortodoxo (creyente tradicional), cree ser la reencarnación del mismo Mesías. La cinta viene a menos por culpa de un final, aunque inesperado, poco satisfactorio, casi Hollywoodesco, entiéndase artificial, como impuesto por el productor.
Con Gertrudis Carl Dreyer cierra su currículo. Trata de una mujer en busca del amor verdadero, por lo tanto, inexistente. Abandona a su esposo, más interesado en su carrera política que en el amor, toma amantes más no encuentra la esquiva felicidad.
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