Porfirio Díaz: Poder, paz, y progreso

La capital de México se convirtió en un lugar para ser visto, un sólido y silencioso testimonio a la grandeza del líder mexicano que había logrado mucho. Un mundo enamorado con el orden, el progreso y la prosperidad estaba presto para alabar a Díaz y su obra.
La capital de México se convirtió en un lugar para ser visto, un sólido y silencioso testimonio a la grandeza del líder mexicano que había logrado mucho. Un mundo enamorado con el orden, el progreso y la prosperidad estaba presto para alabar a Díaz y su obra.
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Primera de cuatro partes: Poder, paz, y progreso
Del texto de Stanley R. Ross (traducido y adaptado por Eduardo Barraza)


Comenzando en 1876, Porfirio Díaz gobernó a México por 31 años, 27 de ellos consecutivamente. Su régimen representa el trasfondo social inmediato de la Revolución mexicana. Esto es verdadero no solamente en el sentido cronológico, sino también en términos de los orígenes del levantamiento armado.

El régimen de Díaz sirvió como un escenario propicio para el agravamiento de los profundamente enraizados reclamos del pueblo y la introducción de nuevos malestares sociales. Y fue como un golpe fuerte en contra de un régimen político que la primera fase de la Revolución fue lanzada.

Una vez que la fachada del viejo régimen fue quebrantada políticamente, el camino estaba abierto para una reforma social y económica. La descripción del régimen de Díaz parte de una biografía de Francisco I. Madero, iniciador de la primera fase  de la Revolución.


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El régimen de Díaz marca un cambio sorprendente en el ritmo de la vida de la nación mexicana. La violenta irregularidad de los asuntos políticos dio paso al ritmo constante de lo que parecía una perpetua continuación de Díaz en el poder. Mientras que la política estaba controlada, el desarrollo económico de la nación era acelerado, con rapidez y por la fuerza. El gobierno de Porfirio Díaz fue el milagro económico del México del siglo XIX.

Desde el logro de su Independencia, México había sufrido de caos. Los gobiernos previos a 1876 duraron menos de un año en promedio, y solamente dos administraciones completaron su periodo prescrito constitucionalmente. El gobierno, como una institución confiable y regular, había desaparecido, y el progreso económico había sido limitado. En contra de este trasfondo, el régimen de Díaz apareció milagrosamente.

Díaz había llegado al poder, en conformidad con el patrón de la política mexicana desde la Independencia, a través de la violencia y el poder militar. Como había sucedido antes con mucha frecuencia, la Constitución había servido como justificación para una revolución enraizada en la ambición del poder y el estatus político.

Porfirio Díaz logra poder, paz, y progreso para México

Una vez en control, Díaz luchó para dar a México paz y estabilidad interna. Donde otros presidentes no habían podido mantenerse ellos mismos en el cargo político, Díaz procedió a gobernar por 31 años, los últimos 27 en forma consecutiva, como se apuntó anteriormente. Donde bandidaje, revolución y guerra habían sido previamente la constante, la nueva era fue perturbada solamente por brotes esporádicos, los cuales fueron rápidamente y eficientemente eliminados.

El segundo objetivo de Díaz, después de la paz, fue su lema de “nada de política y mucho de administración”. Traducida a la práctica, la frase advertía que ninguna intromisión de oposición sería tolerada. A cambio se ofreció la promesa de un gobierno eficiente trayendo orden, progreso, y prosperidad de clase alta.

En efecto, el logro del progreso material y prosperidad fue una característica notable del periodo de Díaz. Paz política y estabilidad fueron hechas las bases para el avance económico, para la rápida y forzada industrialización.

Los resultados de esa política pueden leerse en las estadísticas de las mejoradas finanzas gubernamentales, las enormes inversiones extranjeras, el desarrollo del ferrocarril, la expansión del comercio, la industria y la minería. Las mejoras internas no fueron relegadas. Los puertos fueron mejorados, mientras que las costas fueron delineadas y los faros fueron construidos.

La Ciudad de México fue convertida en una moderna metrópolis con amplias avenidas, tranvías eléctricos, e impresionantes, si bien extravagantes, edificios públicos. La capital se convirtió en un lugar para ser visto, un sólido y silencioso testimonio a la grandeza del líder mexicano que había logrado mucho. Un mundo enamorado con el orden, el progreso y la prosperidad estaba presto para alabar a Díaz y su obra.


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