Ciudad de México, el vuelo del águila

Uno de los símbolos más conocidos de la antiguos mexicas es la llamada piedra del sol. El también llamado calendario azteca está en exhibición en el Museo de Antropología e Historia en la ciudad de México. Foto/ilustración: Eduardo Barraza | Barriozona Magazine © 2016
Uno de los símbolos más conocidos de la antiguos mexicas es la llamada piedra del sol. El también llamado calendario azteca está en exhibición en el Museo de Antropología e Historia en la ciudad de México. Foto/ilustración: Eduardo Barraza | Barriozona Magazine © 2016

(Ciudad de México) — El pasado y el presente chocan enfrente de los admirados ojos del espectador parado entre las ruinas del Templo Mayor y la Catedral Metropolitana en la Ciudad de México.

Dos culturas, dos creencias espirituales y dos símbolos contiguos uno del otro, no sólo físicamente, sino en una idiosincrásica coexistencia que mezcla dos lenguas, dos luchas, y dos pueblos en una sola identidad. Una identidad ambigua engendrada por un continente y concebida por otro, una dramática y fiera fusión que dio luz a una gran nación.


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Esta es la tierra de los mexicas o aztecas: Tenochtitlan, el territorio al que su dios Huitzilopochtli lo llevó, la mítica región donde esperaban ver un águila sobre un nopal devorando a una serpiente, la señal indubitable para poseer la tierra.

Hoy, aún en ruinas, los mexicas o aztecas son majestuosos, imponentes, espantosos. Lo que queda de su grandeza alude a la sensación de estremecimiento que sus prisioneros de guerra experimentaban en sus últimos momentos de vida, antes que el cuchillo de obsidiana llegara a sus corazones latientes para cumplir su fin expiatorio.

La historia está viva. La historia respira. La historia es una herida abierta. El centro de la Ciudad de México se rehúsa a dejar atrás su pasado. Al hacerlo, nos recuerda a través de la fría roca de las antiguas estructuras el triunfo y la tragedia que construyó un imperio. “No te atrevas a perdonar,” grita la fiera serpiente de piedra; “no te atrevas a olvidar,” suspira el temible y colorido Chacmool, reclinado en su postura sempiterna. Los remanentes de un reino esplendoroso tienen una voz, una consciencia, un destino eterno que jura no dejarnos perdonar ni olvidar.

Nuevas generaciones caminan por las ruinas conscientes y reverentes, inconscientes e irreverentes, admiradas o indiferentes. Pero el pueblo, el pueblo mexicano, los hijos e hijas de los aztecas, son todavía un pueblo orgulloso que desprecia a los conquistadores españoles, y admira su gloria pasada. Para conocer su historia, sólo tienen que caminar sobre ella. Las ruinas son su libro de texto de historia, abierto de par en par para que todos lo lean y lo respiren.

Sin miedo de pararse sobre las largas espinas del nopal, esta cohorte de nuevos mexicanos es el águila contemporánea que siempre devorará a la serpiente. Buscando encontrar nuevas alturas, los mexicanos del nuevo milenio vuelan con alas extendidas.

Ayer es hoy en la Ciudad de México. El eco de tiempos prehispánicos reverbera en los danzantes aztecas del tiempo presente. Con sus esplendorosos penachos, hacen a los tiempos antiguos frescos como el rocío. Sus rítmicos movimientos, el sonido de sus cascabeles y sus tambores, y su apariencia física te trasladan al pasado en un abrir y cerrar de ojos.

Los vendedores ambulantes están ahí como estuvieron ayer; sus voces rebotando en los viejos muros atraen a posibles compradores. El curandero, en medio del humo del incienso ardiendo, invoca a dioses antiguos, a pesar de siglos de catolicismo. Mucho ha cambiado; mucho permanece igual. Hoy es ayer en la Ciudad de México.

La ciudad de los aztecas ya no es una isla ni está rodeada de un lago. Hoy, la Ciudad de México es una megalópolis de 18 millones de habitantes, una de las más grandes del mundo.

Aún así, esta ciudad está apasionada de su maravillosa historia, una pasión reflejada en el cuidado meticuloso que la gente ha dedicado a rescatar su pasado. Caminando por las calles del centro, no es necesario un túnel del tiempo para viajar al pasado; el pasado está ahí, ante tus propios ojos, tan real que es parte del presente, y será parte del futuro.

Así, la Ciudad de México ha llegado a ser una metrópolis tridimensional en donde el pasado, el presente y el futuro son uno, y en donde las capas de historia son tan visibles como el periódico de hoy.

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